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Tras el atentado islámico del 17-A

Medidas para evitar que vuelvan a perpetrarse acciones terroristas

Transcurridos dos meses para serenar el ánimo tras el cruel atentado terrorista islámico radical de Barcelona o Cambrils y habiendo coincidido en Catalunya durante el fatídico 17-A, quisiera hacer algunas reflexiones:

En primer lugar, fue digna de elogio la masiva respuesta del pueblo de Barcelona bajo el lema "No tinc por" ("No tengo miedo") para recuperar su rutina cotidiana al igual que las numerosas manifestaciones de condena posteriores al 17-A, donde todo el espectro político nacional mostró una imagen de unidad. De lo contrario, los yihadistas hubieran logrado su principal objetivo: ponernos de rodillas por la fuerza del terror.

En segundo lugar, nadie debería perder la vida por el fanatismo de una ideología radical que exige la completa sumisión a sus postulados para dejarnos en paz. Al final cayeron 16 personas inocentes por este vil atentado yihadista, aún cuando otras muchas todavía padecen sus secuelas y, quizás, ahora son víctimas de nuestro olvido debido a los temas de actualidad informativa que van surgiendo.

Dicho lo cual, pregunto: ¿Y ahora qué? A mi juicio, no basta con la condena ciudadana del atentado, incluida la musulmana; ni aceptar que el Islam implica paz sin violencia; ni mostrar comprensión con los musulmanes que no se identifiquen con esos dementes yihadistas (salafistas o no). Opino que, para ganarse nuestra confianza, este colectivo debe primar la nacionalidad española (a la que aspiran) y comprometerse activamente en la lucha contra dicho terrorismo: Así, un ciudadano musulmán debería informar de cualquier sujeto de su colectivo si sospecha su posible radicalización; algo que aún no parece suceder. Más aún, aunque exista una aparente integración social, este colectivo todavía crea sus propios "ghettos" para mantener sus costumbres sociales y religiosas al dictado del imán de turno. Por lo tanto, no creo en las declaraciones del padre de dos de los terroristas del 17-A cuando afirmaba "desconocer lo que maquinaban sus hijos ya que, de saberlo, los hubiera denunciado para evitar esta desgracia".

¿Como es posible que un padre no detecte algún signo de radicalización en sus hijos? Posiblemente, miraría hacia otra parte dado que testigos de su entorno ratificaron por televisión un importante cambio de sus conductas (dejar de jugar al fútbol, no beber alcohol o evitar hablar con cualquier mujer ajena a su familia).

Al parecer, el imán de Ripoll era el líder de la célula terrorista del 17-A. Al parecer, este sujeto de turbio pasado radicalizó a esos jóvenes de 17-24 años, vecinos de Ripoll pero de procedencia marroquí, aún cuando aparentaban estar socialmente integrados. Si no podemos fiarnos de jóvenes acogidos en nuestra sociedad tras rescatarlos de la miseria de sus propios países, ¿de quién nos podemos fiar? Nuestra confianza no lleva implícita un cheque en blanco.

Así pues, es hora de renovar la estrategia contra esa amenaza y, por ello, aplaudo toda iniciativa del Gobierno central que reforme el Código Penal para perseguir con mayor eficacia el terrorismo yihadista, cuya forma de actuar muta constantemente. Al igual que reducir el gran flujo migratorio ilegal, seleccionando -en origen- a los refugiados con destino a la UE.

Además, procede controlar las actividades de los imanes. En este sentido, el Gobierno central elabora un registro desde el año 2015 pero además debería instaurarse una autorización religiosa de la "Comisión Islámica de España", la cual representa a mil comunidades islámicas, que acredite la aptitud de cualquier imán para predicar fomentando la normal convivencia entre musulmanes y el resto de la sociedad, una tarea difícil si existe predisposición a la violencia.

De hecho, en Catalunya existen más de 250 oratorios musulmanes, de los cuales 80 son mezquitas salafistas con mayor riesgo de que aparezca un imán (contratado o voluntario) que, en la mezquita o fuera de ella, como en el caso del 17-A, incite la violencia del radicalismo islámico contra el "infiel occidental".

Otro punto fundamental para combatir esta lacra sería alcanzar la máxima colaboración entre las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Aunque en Catalunya se niegue oficialmente la mayor, hubo una deficiente colaboración entre los Mossos d´Esquadra, Guardia Civil y Policía Nacional, lo cual también se puso en evidencia durante el 1-O. Sin duda, en semejantes temas no proceden disputas sobre competencias entre cuerpos policiales ni ignorar cualquier signo de alarma. Así, fue preocupante que el servicio de inteligencia de EE UU advirtiera a la policía estatal y autonómica en mayo pasado de que Barcelona era un posible objetivo del terrorismo yihadista, sobre todo, la Rambla). Aunque dicho informe considerase a su fuente como poco veraz, lo cual justificaría que fuera archivado por nuestras autoridades.

A mi juicio, tras esta información debieron tomarse precauciones en las Ramblas con la colocación de bolardos o de enormes macetas; al igual que hace un año se incrementó la vigilancia sobre la Sagrada Familia por ser un monumento emblemático a destruir por el "yihadismo", dato que se confirmaría en la investigación policial del 17-A, después de la explosión en la finca tarraconense de Alcanar.

En definitiva, bien está demostrar firmeza en mantener nuestro modo de vida; bien está aumentar la labor preventiva y policial en la detección de células terroristas o controlar con más eficacia el gran flujo migratorio ilegal procedente de África, por donde pueden infiltrarse terroristas. Sin embargo, para erradicar esta lacra también se requiere que la comunidad musulmana colabore identificando los sujetos radicalizados, contando con el asesoramiento de posibles instituciones especializadas en detectar los signos de alarma.

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