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Excursión

Una deliciosa visita gastronómica a Avilés

Por gentileza, no de les monjes ni de los curas que "nos llevan de excursión", según cántico al uso de la época de la democracia orgánica, sino de Alsa, fui a la otrora Fiesta de la Raza a Avilés. Como anécdota, según cruzaba el puente sobre la ría, ahí me saludó con su trompa un elefante del Circo Coliseo. Una vez arrivado a la estación de autobuses (no voy a comparar para no deprimirme), estación que eso sí, al igual que la paupérrima de aquí del tren, carece de servicio de prensa, enfilé para el casco viejo y como siempre me pasa, cuando acudo de pascuas a ramos, Avilés me pareció hermoso. Tiene la Villa del Adelantado empaque y sabor?

Después de deambular, buscando la sombra, entré a tomar un culín en el centenario con creces (de 1890) Casa Alvarín y coño, conté hasta veinte jamones de Joselito y de 5 Jotas. La sidra de Peñón, con croqueta de pinchu de baberu, estaba muy buena. De ahí baje por la calle La Cámara y entré, tras pasar el descuidado, otrora precioso parque, a La Botella, en dónde hace muchos años degusté mi, hasta ahora, última tortilla de angulas con refritín de ajos, en la grata compañía de los curas Bardales y José Luis, y del también irrepetible Manolo El Camioneta.

Acabé comiendo en el, así mismo, centenario y mítico Casa Lin (quien se disputaba con el Retiro de mis abuelos el título de mejor casa de comidas del Principado) donde, como curiosidad, se enmoqueta el suelo a la antigua usanza, con serrín. Después de la pitanza, que no pasará a la historia, fui hasta el Niemeyer y bueno, me di cuenta de cómo tiramos les perres en detrimento de recortar en sanidad, educación o estaciones varias.

En fin, confieso que estoy enamorau de Avilés y no lo digo porque no sea una "city can" (que no lo es), sino porque ye muy guapo.

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