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Cincuenta epístolas a Bilbo (XXXI)

Cuando la lectura de las aventuras que relata Tolkien en sus sagas míticas provoca ataques de tos perruna

Si por lo general me cuesta un huevo seguir el ritmo extravagante de las ficciones quiméricas, no te cuento los encogimientos y embarazos que padezco al bailar al dislocado compás del érase que se era de Tolkien. Resulta que el viejo Gollum, de origen y estirpe innominados, es una pequeña y viscosa criatura, de cara flaca y ojos como pálidos telescopios, que zampa murciélagos y peces ciegos y estrangula por la espalda trasgos despistados cuando descienden a las simas barrosas por donde navega a bordo de una lancha apatanada, una simple chalana, cual Caronte de cuento chino. Algo así como un Luzbel siseante, un Lucifer medio tartamudo, un Satán de chiste, un Belcebú lamentable, maltrecho, un deforme arcángel estigio que disfruta jugando a los acertijos con sus inopinadas presas.

¿Tú entiendes algo?

Mira lo que pone el periódico: Una neurocirujana pediatra afirma que el cerebro de un niño de dos años es una maravilla: blando y muy suave, una especie de gelatina firme y compacta de color beis, rosado externamente y más blanquecino en su interior. ¿Será igual de admirable tu cerebro, ese artefacto natural que hasta tú mismo ignoras, pedazo bandarra?

Si del fantasioso Tolkien no conviene fiarse, tampoco tiene cuenta concordarse con fanfarrias de poetas: a Ronsard le apremiaba apañar rosas, Gustavo Adolfo Bécquer se ensoñaba con vuelos y revuelos de oscuras golondrinas, Juan Ramón Jiménez platicaba -ya te lo dije- con un jumento sobre florecillas, crepúsculos y otras fruslerías melindrosas? Y así, a seguido, sonarán en tu oído de tísico las músicas ratoneras de un montón de vates.

Erre que erre, el escritor dicho prosigue en otro capítulo con su desquiciado relato de aventuras: Cerca de las Montañas Nubladas de la Tierra Media los trece enanos, el mago y el hobbit treparon a las copas de pinos y abetos acosados desde una colina por una marabunta de trasgos enrabietados, ansiosos de venganza por la muerte de su jefe, el Gran Trasgo, a manos de los enanos; y amenazados desde un valle por una jauría de fieros wargos (lobos para entendernos). Gandalf se sacó de la manga un rayo verde que arrojó sobre los wargos con el propósito de achicharrarlos y alejarlos del bosquecillo; pero los hechizos se volvieron tornas y el fuego a punto estuvo de chamuscar a la tropa encaramada a las ramas altas de los árboles y dejarla cual ristra de chorizos ahumados. Menos mal que una providencial escuadrilla de catorce aves rapaces, comandada por el Señor de las Águilas, desplegó treinta garras al rescate de los trece enanos, Bilbo Bolsón y el mismo Gandalf y los depositó, a salvo de la quema y de las furias de trasgos y wargos, en el sitial de una peña próxima al Bosque Negro, penúltimo obstáculo de esta peculiar odisea hacia la Montaña Solitaria, refugio del dragón Smaug y escondite de un fabuloso tesoro. El episodio se titula, ¡cágate, lorito!, "De la sartén al fuego".

No me extraña que ese abigarramiento de poetas, águilas, wargos, sartenes, brujerías, fuegos de artificio y otras gaitas haya acabado por provocarte conatos de arcadas y ataques de tos perruna -nunca tan bien dicho- alarmantes aunque livianos, según el diagnóstico del veterinario. No alcances, sin embargo, conclusiones precipitadas, Bilbo: ni todos los poetas son iguales ni toda fantasía disparatada. Escucha, si no, este "Nuevo soneto a Helena" de Pablo Neruda:

"Cuando estés vieja, niña (Ronsard ya te lo dijo), / te acordarás de aquellos versos que yo decía. / Tendrás los senos tristes de amamantar tus hijos, / los últimos retoños de tu vida vacía... / Yo estaré tan lejano que tus manos de cera / ararán el recuerdo de mis ruinas desnudas. / Comprenderás que puede nevar en primavera / y que en la primavera las nieves son más crudas. / Yo estaré tan lejano que el amor y la pena / que antes vacié en tu vida como un ánfora plena / estarán condenados a morir en mis manos... / Y será tarde porque se fue mi adolescencia, / tarde porque las flores una vez dan esencia / y porque aunque me llames yo estaré lejano...".

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