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Tormenta de ideas

Puchi, el chocolate y la abeja Maya

Me resisto. No me leerán una sola palabra más sobre Cataluña. Creo que he llegado a mi límite y los emoticonos de los "monitos", ni ver, ni oír, ni hablar (en este caso escribir) los hago míos. Así que paso. Pero totalmente. Lo único que me llama la atención es que el karma es raro, muy raro. Haré una miniescapada aquí con el padre de mis hijos, que con toda la ilusión saca los billetes de avión desde Santander (sí, nosotros estamos aislados del mundo mundial) con destino a un país que al parecer tiene unas ciudades preciosas: Bélgica. Sí, lo que han leído. Y hete aquí que al día siguiente el expresidente va y se me fuga (sí, fuga) al mismo destino. Poco me faltó para decirle al pobre santo que de Bélgica nada, que me conozco y si me tropiezo con Puchi, la que acaba en la trena soy yo.

Además, me doy cuenta de que es el país del chocolate, y era lo que me faltaba. Yo, que estoy poniéndome a raya, encontrando la tentación en cada esquina, en cada escaparate. Y es que este verano acabé exactamente igual que la abeja Maya. Les explico: Yo de jovencita siempre me daba cuenta de que las señoras de una cierta edad, la mía "mismamente" (que para mí eran viejunas entonces), siempre eran como gorditas por arriba, pecho y abdomen, y piernitas delgadinas. Y hete aquí, que voy haciéndome mayor, y esas buenas amigas que una tiene siempre te empiezan a decir que a partir de la menopausia (dónde quedó ya la mía...), aumenta la talla de pechuga, y tú te das cuenta que efectivamente cada vez aumentas un poco más y que bocata que te metas "pal body", bocata que te va para la barriga, y que poco a poco notas cómo, debido al volumen, se te van enrollando las braguitas. Sí, como lo oyen... Y que cuidado con decir adiós con la mano porque se menean unos flanes llamados "adiositos", que son unos colgajos sobre los extintos tríceps, llamados así porque aparecen cuando despides con todo el amor a tu prole emigrante en el aeropuerto. Oiga, y va a ser que sí, hasta que hubo un momento clave este verano, en el que la báscula marcó determinada cifra y dije: hasta aquí hemos llegado.

Ya no por estética, que por supuesto, pero es que no podía ya ni moverme de forma ágil, me estorbaba todo aquello que era ajeno a mi cuerpo de siempre, porque efectivamente todo lo que comía, que no era más que antaño, se me iba acumulando en forma de lorzas que ya se superponían unas con otras. Y heme aquí, tras una infructuosa operación bikini, en plena operación Navidad, porque de ninguna forma puedo llegar con este peso a esas fechas en las que el dulce se apodera de mí cual "alien". Así que no hago más que comer hierba a todas horas y sufrir viendo comida por doquier. Incluso en las pelis y series no hacen más que comer cosas ricas: veo tortillas de patatas hasta en las películas americanas, patatas fritas en lugar de fideos japoneses.

En fin, que les juro que sueño con pasteles, frituras y todas las cosas insanas que obstruirían mis arterias, pero colmarían mis ilusiones. Esas que entre Puchi y la verdura ya he perdido esta temporada.

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