La Sociedad Filarmónica de Gijón está logrando en esta temporada algo que parecía imposible hace unos meses; la afluencia de público a los conciertos ha crecido significativamente y cada propuesta cosecha una ovación mayor que la anterior. Esto responde, sin duda, a una programación que aúna una variedad de formatos y repertorios novedosos y de calidad. El pasado miércoles era el turno para "El León de Oro", una formación coral luanquina que cumple veinte años en un estado de forma excepcional, con el reconocimiento internacional y con una enorme proyección de futuro.

Era el segundo concierto de este coro en Gijón en una semana (el sábado pasado actuaron en la iglesia de la Laboral), pero no sólo cambió la mayor parte del repertorio. Las condiciones acústicas del auditorio también eran muy diferentes, y a todas luces las obras de la primera parte del concierto lucían más con la reverberación natural de la iglesia; sin embargo,la interpretación no perdió ni un ápice de rigurosidad, y el afecto fue el adecuado en cada pieza. El "As onewho has slept" de Taverner fue una demostración de cómo mantener la tensión sin excesos dinámicos, a base de notas tenidas, matices y sonoridad constante. Los motetes de Tomás Luis de Victoria sonaron correctos, especialmente bien el "Regina Coeli", que sirvió para que un coro dividido en dos partes se luciera con la precisión del movimiento de voces en uno de sus repertorios favoritos de esta formación:la música renacentista. De la misma forma, las obras de ArvoPärt pusieron de manifiesto el magnífico control que este corotiene de la disonancia y de los tiempos, especialmente en el tema "Virgencita".

La sorpresa llegó en el inicio de la segunda parte, cuando interpretaron el "Inmortal Bach" de Knut Nystedt con gran parte de los efectivos dispuestos en los flancos del patio de butacas. De este modo, el sonido salía del escenario en busca del público y lo envolvía con un efecto estereofónico en el que cada voz estuvo en su sitio. Magnífico el director, Marco Antonio García de Paz, coordinando la compleja superposición de voces. Con este golpe de efecto el coro acabó por meterse al público en el bolsillo, pero además, las obras que seguirían, "Beati quorum via" de Stanford y "Bogoroditse Deo" de Rachmaninov, se ajustaban mejor a la sonoridad del Jovellanos, con masas corales más voluminosas y una dinámica más convencional y definida. El remate con el "O magnum mysterium" de MortenLauridsen fue la guinda para que el teatro desatara una sonora ovación acompañada de "bravos" que valió una propina. Los miembros del coro se fueron entre aplausos, y los comentarios del público al salir del Jovellanos evidenciaban la satisfacción generalizada.