El Festival Internacional de Cine de Xixón ha dejado de ser el sarao del mes de noviembre para recuperar todo aquello por lo que se había caracterizado en sus mejores ediciones. Ha vuelto a ser el festival de cine socialmente comprometido, vanguardista, atento a las nuevas miradas, a los problemas políticos y sociales del mundo. Ha recuperado su esencia. Ha vuelto a situar a Gijón en el lugar que le correspondía. Ha vuelto a ser altavoz de las reivindicaciones que han caracterizado a Gijón como ciudad y como sociedad. Ha vuelto a ser el FICX. Ahora con personalidad propia, con carisma y con futuro.

El tiempo pone cada cosa en su lugar. El tiempo y la lucha. El tiempo y la pelea. El tiempo y la convicción de que las cosas pueden, y deben, hacerse de otra manera. Porque el tiempo ya había demostrado que la deriva que estaba tomando el Festival en sus últimas ediciones no era lo que se merecía esta ciudad. Y se luchó, se peleó y, hoy, el FICX vuelve a tener identidad propia. El equipo que durante los años más duros e ingratos del certamen había sabido, contra viento y marea, mantener a flote el barco de un festival que se hundía trabaja hoy guiado por el trabajo serio y discreto de un director y un programador con las ideas muy claras, con un decálogo por el que guiarse, un decálogo generoso que pone el buen cine por encima de cualquier otra banalidad.

Y a veces el tiempo te da la razón. Y te encuentras haciendo verdaderos esfuerzos para no pronunciar, como una madre en el esplendor de su papel, ese manido "te lo dije". Pero es que lo dijimos. Dijimos que las decisiones sectarias no hacen más que dañar. Dijimos que los nombramientos revanchistas tienen un camino muy corto. Dijimos que la falta de control sólo genera desmanes. Dijimos que Gijón no toleraría el desmantelamiento de su Festival. Dijimos que era urgente un cambio de rumbo. Y, a tenor de los resultados, no parece que estuviéramos equivocados.

Seis años lleva la señora Moriyón al frente de esta ciudad. Seis años en los que la cultura ha ido muriendo día a día. Seis años en los que Gijón ha pasado de ser lectura, buen teatro y buena música a ser un lienzo gris recubierto de un barniz que expulsa cualquier iniciativa digna de llamarse cultural. A cambio, nos deja una ciudad en la que sólo el ocio tiene cabida. Un ocio gestionado a través de una empresa pública, Divertia, que funciona como un cajero automático expendedor de ideas peregrinas cortoplazistas. Señora Moriyón, ¿dónde está la política cultural para esta ciudad? La respuesta es "no existe". Y eso también lo dijimos.