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Toma de tierra ciudadana

El movimiento vecinal gijonés llega a su madurez y se reinventa

Una ciudad es lo que cada uno de sus habitantes le exige y aporta. Lo entendemos mejor cuando visitamos o nos vamos a vivir a otra. Hay un latir colectivo que se traduce no sólo en los modos y maneras de las gentes, también en la disposición de las calles, la arquitectura, zonas verdes o infantiles, comercios, servicios públicos, sanitarios, equipamientos culturales, fiestas y vocaciones lúdicas. En esas pequeñas y grandes decisiones han estado los ciudadanos como votantes cada cuatros años pero muy especialmente como usuarios y vecinos todos los días del año.

Decidimos mucho más de lo que creemos cuando compramos o no un producto y, de igual manera, influimos cuando expresamos nuestra aprobación o rechazo al criterio de nuestro gobierno local. Las asociaciones vecinales despliegan una labor determinante, son el canal natural. Se puede proponer objetivos de gasto del presupuesto local a través de la web municipal, renegar o no de la Semana Negra en Poniente publicando post en redes sociales, pero sólo quien organizadamente recoge esos sentires, los aúna y reivindica, puede ofrecer auténtica interlocución.

No han estado siempre. De hecho, nuestras asociaciones de vecinos acaban de cumplir los 40, esa edad en la que oficialmente se deja de ser joven pero justamente cuando la experiencia acumulada da sus mejores frutos. Antes, en la dictadura, se intentó crear un cauce controlado para lo que se intuía un hervidero de resistencias, a través de la figura de las asociaciones de cabezas de familia. Nada que ver con lo que luego demostraron ser las entidades vecinales: la mejor toma de tierra para un gobierno local.

Quedó patente en el documental "Mujeres que cambiaron tu vida", de José Luis Hernández y Pablo Bermejo, estrenado en los actos conmemorativos de estas cuatro décadas de vida. "Pasamos de no poder reivindicar nada a reivindicarlo todo", resumía Carmen Álvarez, en una cinta que va desgranando la lucha doble de las mujeres -Yoli Cueto, Tita Caravera, Francisca Álvarez, Tina Alonso y tantas otras- por los derechos ciudadanos pero también por su propio derecho a luchar en pie de igualdad con los hombres. Ése también tuvieron que conquistarlo.

Qué acierto fue ese homenaje que sirve también de repaso a lo mucho que debemos a los vecinos y vecinas comprometidos en las asociaciones, que dan la turra a los poderes en nuestro nombre para que luego toda la ciudadanía disfrute de lo conseguido. El centro de salud de Zarracina y el servicio de radiología del Hospital de Jove son dos frutos de esas luchas. Pudieron no estar y están, consecuencia de esa obstinación por lo obvio que tienen estas gentes comprometidas. Doy fe, me tocó vivirlo.

Pero el movimiento vecinal mira ahora al futuro. En los actos conmemorativos organizados por la Federación de Vecinos gijonesa se podía observar a su jovencísimo presidente, Adrián Arias, atento a cada sugerencia, consciente de que hay que reinventarse en un entorno cambiante. El poder local parece querer adelantarles por la derecha con iniciativas como los presupuestos participativos y una especie de planificado decaimiento de los consejos de distrito.

Mientras tanto, ¿cómo explicar a los más jóvenes, digitalizados, pantallizados y en permanente estado de red, que ningún avatar, tuit o hastag hará lo que su asociación de vecinos por su barrio?

El asunto no es baladí. Nos jugamos unas organizaciones esenciales en nuestra forma de construiros como ciudad. No sólo hemos de estarles agradecidos por 40 años de contribución a los derechos ciudadanos y el bienestar colectivo, sino también comprometernos con su futuro para que sigan construyendo una ciudad de y para todos.

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