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Cataluña: unas elecciones con mucha letra pequeña

A diferencia de la plana mayor de Ciudadanos, que se mostró exultante tras conocer los resultados electorales en la noche del pasado 21 de diciembre, el rey Pirro no regresó satisfecho a Epiro tras su victoria en Heraclea ante Roma. Es lo que vino a recordarles con lucidez el candidato del PP, Xavier García Albiol, cuando dijo que "la alegría les durará cinco minutos". Con toda la razón de su parte además, puesto que habían sido incapaces "de sumar una mayoría alternativa al independentismo".

La sorpresa a tanta satisfacción naranja es aún mayor si se tiene en cuenta que, en la mañana del mismo día, al ir a votar, la propia Inés Arrimadas había expresado bien la importancia de aquella jornada: "Nos lo jugamos todo" en estas elecciones. Ciertamente, el 'constitucionalismo', llamado popularmente en Cataluña bloc del 155, puso todo en el asador. Y su no-triunfo significa una notable derrota. Para 'España' eran unas elecciones a la ofensiva; para el soberanismo, lo eran defensivas. De ahí que el mismo Albiol advirtiera en la mencionada comparecencia que esas elecciones eran meramente autonómicas y que nada más estaba en juego que la presidencia de la Generalitat. Obviamente, eso no se lo cree ni él mismo.

Cs hizo un cálculo electoralista que, in terminis, le ha salido bien. Fue el partido que más dinero se gastó en la campaña, sabiendo que concentraría el voto de la derecha y del castellanismo. En buena lógica, no aceptó la propuesta del PP (con la que también coqueteó el PSC) de conformar un bloque electoral. Todos son conscientes de que han tocado techo y la subida de Cs se explica, por ende y directamente, por la debacle del PP. En cierto modo, todos ellos han fracasado.

Pero bajemos niveles de análisis. Hace dos años, Junts pel Sí obtenía 62 diputados; hoy, la suma de sus partes ha logrado 66. Uniendo la CUP, el soberanismo tiene 2 diputados menos que hace dos años, pero cien mil votos más y pasa por vez primera de los dos millones de votantes. Mayoría absoluta en escaños y mayoría en votos. No sólo eso. De los 948 municipios que posee Cataluña, 811 son soberanistas, mientras que 137 los ha conquistado el estatalismo (2 el PSC y el resto Cs).

Unas elecciones atípicas desde todos los puntos de vista, en las que la consigna imperante, por encima de cualquier otra consideración para una abrumadora mayoría de catalanes, ha sido la de reponer a su presidente. Y han actuado en consecuencia. Los números globales lo intuyen pero los pequeños lo sugieren abiertamente. Hasta 668 de los municipios conquistados por el soberanismo se los ha llevado JxCAT. Este voto útil es lo que en mayor grado ilustra la contención de la esperada subida de ERC.

De tal manera, ni siquiera es un problema de la desaparición de los ejes izquierda-derecha, como así demuestra el éxito de la lista del president. Al PDeCAT las encuestas le concedían un puesto marginal y la estrategia fue la de disociar su imagen de derecha catalanista de la figura de Puigdemont. Si uno repasa los nombres de la candidatura se encontrará con no pocas sorpresas, comenzando por la escasez de personalidades del propio partido, que han cedido el protagonismo a lo que la autoproclamada 'nueva política' denominó hace unos años -horriblemente- como "la gente". Además del encarcelado líder de la ANC, Jordi Sànchez, se encontraba la directora del Institut de les Lletres Catalanes, el exdirector de RAC1, la exseleccionadora española de natación sincronizada, el escritor Jaume Cabré, la dibujante Pilarín Bayés, el politólogo Ferran Requejo, un cura (el pare Manel) o el presidente de la Federació Catalana dels Bancs d'Aliments, por citar algunos.

¿Son entonces estos resultados un fracaso para ERC? Difícilmente. Desde luego, no han cumplido con las expectativas, pero no dejan de ser sus mejores resultados históricos (de 1977 a esta parte). Por mucho margen además -casi doblan los de 2003-. Otro dato a tener en cuenta es que es segunda fuerza en lugares como Barcelona, Badalona, Terrassa o Sabadell, amén de serlo en todas las provincias del país.

Por lo que respecta a la CUP, pocos son los que desde Asturias pueden comprender lo relativo que resulta para ella su gran pérdida de votos. En primer lugar, por su propia estructura. Es un partido muy poco burocratizado y con escaso funcionariado, por lo que no precisa tanto como otros de los ingresos públicos. Esto se deja ver bien en los continuos cambios de candidato (son muy pocos los que tienen su modus vivendi en la política); en segundo lugar, porque esos votos eran en gran medida "prestados" (recuérdese que en 2012 sus diputados habían sido tres). Buena parte de la explicación de que ERC no quisiera acudir a los comicios con el PDeCAT pasa por aquí. En su momento, la decisión de ir en coalición le costó votos, que fueron a parar a la CUP y hoy han retornado.

Los Comunes, por su parte, se han quedado, como cabía esperar, en terreno de nadie. La cerrazón de negarse a unir cuestión nacional y cuestión social es una tara que arrastra una izquierda que sigue sin entender nada.

El PP, el partido del gobierno de un Estado que se había lanzado contra Cataluña, ha quedado en último lugar, perdiendo trescientos mil votos (un 73%) que se han concentrado pragmáticamente en la nueva derecha naranja. Con una participación récord que ha rozado el 82%, con el control de la autonomía a manos del gobierno central, una persecución de los partidos y candidatos independentistas, y un largo etcétera, se refrendan las hipótesis previas hacia la insistencia.

El soberanismo sigue exigiendo poder votar y ahora además la liberación de sus presos, que le otorgan un inmenso peso moral. El 'constitucionalismo', por su parte, parece seguir empeñado en negar este derecho y en imponer su voluntad. Cada cual debería responderse al interrogante de quién de los dos debiera hacérselo mirar.

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