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Gatos

Pasión de algunos escritores por las mascotas

Borges les dedicó poemas, Bukowski versos; Cortázar los mudó a la prosa y Bradbury sentenció: "Trata a las ideas como a gatos: haz que te sigan". Si alguien se encuentra en esta situación tiene ante sí a un ser independiente y cariñoso, ordenado e inteligente, que busca la practicidad y necesita pasarse a tu lado toda la vida. No hablo de una maravillosa relación de amor, o quizá sí, cuando el mundo de este felino contiene alguna de las características que todo ser humano debería potenciar: firmeza, sencillez y silencio.

Son muchos los escritores que a lo largo de su vida han buscado esta comunión entre especies, y su encuentro, en una profesión que exige horas para que el mundo se detenga, que empieza en ocasiones cuando llega verdaderamente la noche, plasma diferentes motivos del animal. En mi casa he sido adoptado por dos -acepto que nunca seré el dueño de mi hogar-, a los que hemos bautizado como Ícaro y Hemingway. Mientras escribo esta columna, el primero y más grande descansa recostado en mi tobillo derecho. Sobre el ordenador un bonsai teme ser alimento para el más pequeño, que ya entra en la estancia con sus ojos encendidos en aire. Ruegan por un poco de cariño, y se les concede. Cuando ya están satisfechos regresan a su estudiada costumbre: descansar, pelearse y comer. Junto a ellos pasan las horas, en una comparativa entre lo que yo hago y ellos consiguen. Alguna vez he soñado ser gato concediéndome alguna ventaja, como dormir durante el día y leer durante la noche, aunque creo que Poe ya lo vio primero.

La pasión que sentía por ellos llevó a la periodista Carlene Brennen a escribir un volumen entero, "Los gatos de Hemingway", sobre la relación que este mantenía con sus mascotas; Sartre tituló al suyo "Nada" y Capote los defendía de su bulldog, como si quisiera tentar aún más al destino. Las mascotas dicen mucho de sus dueños, más que sus zapatos. Quien tiene una necesita explorar ese rincón que descansa entre la barbarie, sobre los cantos de sirena y las obligaciones a la salida del trabajo, estudiar ilusiones y potenciar nuestro lugar en el mundo. Para escribir sobre ellos debería haber silencio e ironía, envueltos en una serenidad que parece abocarnos al cinismo. Algo que nos haga deducir que este es el espejo correcto, ni mejor ni peor que el que soñamos, "que existe -como en el poema de Larrea- / porque existo / y porque el mundo existe / y porque los tres podemos dejar correctamente de existir".

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