La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Realismo mágico

El caso del preso "resucitado" y el incidente del Angliru, ejemplos de una sociedad experta en perderse buscando responsabilidades

La vida, tal y como la describió Gabriel García Márquez, es una sucesión de oportunidades para sobrevivir. El episodio protagonizado por el preso dado tres veces por muerto y rescatado al borde de la autopsia se ajusta a esta simple máxima aunque estirando la cuerda de tal manera que la supervivencia es casi posterior al deceso. El detalle no tendría mayor relevancia en la realidad mágica del colombiano, mundo con el que, como buena gallega, empatizo completamente. Es más, defiendo que, sólo con fijarse un poco, se descubren constantes pistas de esa complicidad necesaria entre lo mágico y lo terreno.

Sin embargo, desde nuestra obligada mirada racional sobre el asunto, hay mucha tela que cortar. Es bien curioso lo rápido que ha trascendido el expediente informativo al personal del 112 que lidió con la pataleta de un grupo de niñatos irresponsables, por si pudiera detectarse incorrección en sus expresiones a lo largo de cuarenta llamadas.

No sé ustedes, pero yo me declaro fan del cuatro por cuatro, dieciséis, que me parece una de las formas más originales y prudentes de rebajar el subidón a un memo en pánico. Y sin embargo revuelve mis terrores atávicos saber que hasta tres facultativos pueden certificarle la muerte a un vivo siguiendo impecablemente un protocolo que parece escrito por el mismo demonio. Y, aún peor, sin que se tenga noticia de que se haya abierto expediente informativo o proceso similar para determinar cómo pudo ocurrir y evitar que suceda nunca más. Aquí, el rastro de la búsqueda de responsabilidades o deficiencias en la praxis parece perderse.

Luego está el peliagudo asunto de las drogas circulando a sus anchas por nuestras prisiones que, ese sí, ha tratado de ser explicado por los representantes de los funcionarios. Nuestro sistema penitenciario se basa en la reinserción: las personas han de salir con nuevos recursos para vivir en sociedad y no más enredadas en la ponzoña. Pero materializar esa filosofía exige muchos medios y muy especializados. No los hay y los que existen están recortados. Una lógica que nos resulta muy familiar.

Así que aquí tenemos a un hombre que sin haber llegado a la treintena ha vivido esas experiencias que todas y todos quisiéramos evitar a nuestros hijos; parte por voluntad propia, responsable de sus actos, y en parte expuesto a un ambiente hostil. Y finalmente es sujeto pasivo de un brote de realismo mágico justo en el ámbito donde impera el razonamiento científico. Esto exige una buena pensada.

Por cierto, el hombre está condenado a tres años de cárcel por robar chatarra, cosa punible, no lo discuto ahora aunque ganas no me faltan. Pero es inevitable hacer comparaciones con quienes han atentado tan seriamente contra el bienestar colectivo y gozan de fortuna judicial. La justicia que apisona, esa otra de suave tacto garantista. Una turbadora realidad paralela.

Y, finalmente, la realidad en forma de bofetada nos la brinda el hecho de que si la historia del muerto que no lo era ha trascendido a la prensa internacional por razones periodísticas obvias, a la pandilla de niñatos del Angliru se les ha regalado un protagonismo que nunca debieron tener gracias a las redes sociales donde todo se vuelca con un clic, sin medir consecuencias propias y a terceros. Ojalá hoy estén avergonzados, aunque lo dudo. La vergüenza, emoción que, en su justa medida, es tan necesaria como el miedo, está en horas bajas.

Yo, para evadirme de estos dolores, me quedo con esos reductos de inocuo realismo mágico que nos ofrece nuestra ciudad a ratos: veamos qué da de sí el misterio de las citas bíblicas al amanecer en el arenal de San Lorenzo, del cual sigue dando cuenta puntual mi querida Laura Castañón. Lo dicho, la ficción nunca ha estado a la altura de lo que ocurre a pie de calle.

Compartir el artículo

stats