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Autopateo

Abucheo a la llingua en la ópera de Oviedo y regreso a la complicidad teatrera en Gijón

Quién nos iba a decir a las profesoras del CIFP de Comunicación, Imagen y Sonido de Langreo que acompañábamos a un grupo de alumnos y alumnas en su bautismo de ópera con una deliciosa Pélleas et Mélisande, de Debussy, en el Teatro Campoamor de Oviedo, que la lección iba a ser doble.

Teníamos clara la primera: lo inspiradora a la vez que reparadora de los zarpazos de la vida que es la inmersión en una expresión artística. La segunda llegó con el pateo y abucheo a la locución en llingua asturiana que avisaba de lo inminente de la función; ésa fue una lección sobre lo que la desculturización puede hacer con las personas: transformarlas en seres ufanos de despreciar un bien cultural propio, convencidas de que el gesto es una demostración de altura intelectual. Perverso.

Si ya soy incapaz de imaginar una sola razón para patear el uso de cualquier lengua -son, por definición, un tesoro de sabiduría- me dejó desarmada el menosprecio al patrimonio identitario y más en un contexto multicultural. Me pregunté qué reflexión estarían haciendo desde el escenario aquellos magníficos intérpretes en cuyos ensayos pudimos verles recibir instrucciones en inglés, italiano, español y francés para una obra escrita en esta última lengua. La discordia llegó con la llingua. Demoledor.

Recordé la impresión que me causó el indicador de peligro sobre Asturias en el mapa interactivo que acompaña al último informe de la Unesco sobre lenguas en riesgo de desaparecer. Entre las 2.500 con esa calificación, la asturiana es catalogada como "definitivamente amenazada" porque la mayoría de los niños y niñas ni siquiera conviven con ella en sus hogares. Actitudes como la del otro día son un empujoncito más hacia la nada. Si ese es el objetivo, se progresa muy adecuadamente.

Es obvio que el debate político y social abierto sobre la cooficialidad del asturiano subyacía en el pataleo del Campoamor. Es irrelevante, no importa lo que se opine al respecto, nada justifica tal exhibición de mala educación y ausencia de amor propio. La estupefacción de nuestros alumnos me reconfortó: no todo está perdido.

Con ese dolor de costuras llegué al Jovellanos -de nuevo, acompañada de alumnado- a arder en el volcán emocional perpetuo de las gentes teatreras, convertido anualmente en delicioso aquelarre en la gala de los Premios Oh! Me reconcilié con el mundo. Un coliseo abarrotado como nunca -qué solos, los primeros años- ovacionaba la presentación oficial de Escenasturias, fruto de la fusión de las dos asociaciones profesionales existentes hasta ahora.

La escenificación de la unión fue el discurso inaugural a dos voces de Sergio Gayol y Jorge Moreno. Todavía reverberan en los muros del Jovellanos las verdades como puños de éste último al describir el panorama de la industria escénica asturiana. De nuevo, doble lección. La primera, la producción teatral profesional como acto de resistencia cultural, cuántas compañías y montajes en una región tan pequeña. La segunda, una llamada a la autocrítica: ¿qué parte de responsabilidad tenemos en nuestro propio desprestigio profesional?

Sí, de vez en cuando conviene un autopateo. Pero hecho entre los nuestros y consciente. Y una vez tocado fondo, tal y como lo visualizaba Jorge Moreno, mirar arriba y subir a la superficie.

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