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Cincuenta epístolas a Bilbo (XLIV)

Sobre un ácido resentimiento que corroe por dentro a costa del "caso Marea"

Hace más de un lustro -va para siete años ya-, la primera alcaldesa de Gijón -la Santina no cuenta en el catálogo de las ramplonas mundanalidades edilicias- promulgó una declaración institucional que, finalizadas las fases de instrucción, procesamiento, juicio y sentencia provisional del denominado "caso Marea", adquiere una relevancia extraordinaria. Su lectura, al cabo de este tiempo, evidencia la certeza de sus afirmaciones, desvela la mala fe de cuantos participaron en la gritería acusadora y delata a las claras el más que notorio propósito de causar daño al partido socialista de Gijón por aquellos que se alistaron en una especie de cruzada fanática encaminada a desalojarlo del gobierno de la ciudad a toda costa. El texto, que reproduzco en buena parte, rezuma prudencia y cabreo; fortaleza en la defensa de la posición a la vez que perplejidad ante un auto judicial caprichoso, arbitrario, infumable. Esa declaración merece recordarse para escarnio y vergüenza de los voceros ponzoñosos que ahora pretenden esconderse tras la neblina del olvido. Ese texto ha de convertirse en un búmeran que sacuda unas cuantas conciencias y remueva todas las desmemorias de esta villa. Porque no pasaron siete años sino muchos infortunios personales por culpa de una frívola resolución judicial dictada por una jueza atrabiliosa bien jaleada por las manadas del odio, del daño, de la mala baba.

Era el día 13 de mayo de 2011 y rezaba así la declaración solemne de la primera -"et non sancta"- alcaldesa de esta villa: "El auto de la jueza, pretendiéndolo o no, irrumpe como una bomba de relojería en la campaña electoral como ya ha podido observarse. El Ayuntamiento de Gijón ha de poder, porque estamos en un Estado de Derecho, defender su buen crédito y el de sus concejales. Y, para hacerlo, exige, dando voz a esos ciudadanos que no la tienen según el propio auto de la jueza, que se concreten los hechos que se afirman en él, que se concreten las generalizaciones que en él se vierten, porque no habrá otra manera de poder refutar esas acusaciones veladas o, en su caso, perseguir y sancionar las actuaciones ilegales. [?] Creemos en la justicia, en los órganos judiciales, garantes últimos de ese Estado de Derecho que a todos, también a las instituciones, ampara. Acatamos las decisiones judiciales firmes, pero no podemos compartir ni admitir que se insinúen o formulen acusaciones sin revelar o sin apoyarse en prueba alguna. Resulta obligado decir algo sobre determinados comentarios que se deslizan en el auto de la jueza, en especial aquel en que se dice que ha habido adjudicaciones 'habituales' a determinada empresa que han beneficiado a diversos miembros del consistorio y a sus familiares y amigos. Una afirmación así nos parece improcedente, infundada e injusta. Improcedente, porque con motivo de la admisión o no de una querella por injurias se hacen afirmaciones que implican al consistorio. Infundada, porque esas afirmaciones no responden a la realidad de los hechos. Injusta, porque la corporación no es merecedora de esos comentarios cuando las supuestas actividades a las que se refiere no han sido denunciadas por nadie. Nos sorprende que se insinúe, aunque sea de modo indirecto, que la denominada 'Operación Marea' puede afectar de algún modo a la actividad administrativa del Ayuntamiento de Gijón o a algunos de sus concejales o empleados, teniendo en cuenta que, tras muchos meses de investigación, al parecer exhaustiva, no se encuentra imputada persona alguna -ni político ni empleado público- vinculada al Ayuntamiento; no ha sido llamada siquiera a declarar persona alguna -ni político ni empleado público- vinculada al Ayuntamiento; no se ha solicitado por la autoridad judicial información alguna acerca de actuaciones de contratación del Ayuntamiento. Y recuérdese que la jueza tuvo ocasión de hacerlo, de ser ciertas las insinuaciones que vierte en su auto, pues estuvo al frente de la investigación judicial del caso y en posesión del sumario durante varios meses. Sin embargo, en ningún momento se dirigió a este Ayuntamiento solicitando información o expedientes, ni vinculó a las investigaciones seguidas en dicho sumario a ninguno de sus concejales o familiares, ni a ninguno de sus empleados. Ni siquiera lo hizo cuando tuvo la ocasión al resolver sobre su inhibición a favor de los juzgados de Oviedo en el 'Asunto Marea'. No se entiende por qué ahora se hacen semejantes insinuaciones que, quiérase o no, dañan el buen nombre de esta institución y de quienes la sirven, que nos dejan inermes, incapaces de defendernos porque no sabemos de qué debemos hacerlo. [?] El poder judicial, como poder del Estado, está sometido también a normas, las mismas con que se debe juzgar a los demás. Y sus juicios deben ser razonados en derecho y con la ley en la mano. No parece que una resolución judicial sea el lugar adecuado para hacer juicios morales o para lanzar insinuaciones sobre la actuación de personas o instituciones sin que hayan tenido la oportunidad de defenderse o de explicarse. Todo dicho con el mayor respeto a la actuación de los jueces, pero ese respeto es compatible con la crítica, mucho más cuando se trata de una resolución no firme, pues los jueces también se equivocan".

La auténtica primera alcaldesa lo anticipó. Puso las manos en el fuego en defensa de funcionarios y políticos gobernantes del Ayuntamiento de Gijón. No se las quemó. Terminada la fase de instrucción del caso, celebrados el procesamiento y el juicio, y dictada sentencia, nada ni nadie vinculado a la gestión municipal de los asuntos públicos de esta ciudad sufre salpicadura inculpatoria alguna. Aquel "auto bomba" resultó fallido, quebrado, sin crédito; pero los estragos producidos, los daños irreparables que afectaron sobre todo al partido socialista de Gijón (y a paganinis concomitantes) no se podrán resarcir de ninguna manera. Lo digo y redigo, lo grito y regrito -después de un lustro bien largo achantando la mui, que se dice pronto- con la evidente intención y candorosa esperanza de que comprendas, Bilbo, este ácido resentimiento que corroe por dentro y empalidece por fuera; con la vana ilusión de que identifiques -¡ay!, si por lo menos fueras un perro policía- a los causantes y cooperadores necesarios del mal y les muerdas los calcañales, quise decir, los ladres a mansalva, sin parada, a pleno pulmón. ¡Ay!, si el miedo congénito a una estantigua de ojos vendados no nos atenazara? ¡Ay!, si tuviéramos agallas, compañero?

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