La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Otra maldita tarde de domingo

Café con libros

Encontrar nuestro lugar de crecimiento es básico para nuestra relación con los demás

Si pudiera medir en qué ha pasado el tiempo lo haría con el tiempo que mido en mi actualidad. A medida que los años avanzan todo sucede más deprisa, uno sabe qué ocurrirá en las próximas horas, seccionándolas por intervalos, entre obligaciones y ocio, y está menos sujeto al riesgo y a la sorpresa. Aumentan las tareas, pero depende de nosotros que el compromiso sea sinónimo de proyecto en un futuro. El trabajo, la familia, estar de acuerdo con nuestra posición en el mundo. Pero todos los días recuerdo mis años de café con libros, esperando paciente por algo al lado de una ventana, casi siempre solo, leyendo mientras la televisión dicta algo que ya dijo ayer y tomando notas para lo que no sabemos que nos espera.

Se puede decir que he pasado la mitad de mi vida rodeado de estos dos elementos: libros y café. Si un texto venía a mi cabeza me encerraba rápidamente en el local más cercano (siempre he escrito como si asistiera a mi propia función) hasta que el primer borrador quedaba hecho y comenzaba una revisión de meses, pues siempre dispuse de tres días para empezar y terminar una obra dramática, pasados los cuales se perderían el ritmo y los personajes. Y por extraño que parezca, siempre necesité del tumulto. Para mí no hay nada mejor que sentarse a leer mientras retransmiten un buen partido de fútbol, manteniendo el pulso entre realidad y ficción. Recuerdo que una de las primeras tuvo su germen en el café Dolar ovetense, donde se me ocurrió unir a Valle-Inclán y Beckett, y me encerré desde primera hora de la mañana hasta bien entrada la tarde, rellenando hojas sin parar (omito, aquí, las caras del camarero). La literatura necesita de un ocio bien entendido, sin el cual no se puede demostrar nada serio. Recuerdo que siempre llevaba un libro de cada género en mi mochila (poesía, teatro, ensayo) anudados con una gran goma elástica porque no sabía qué me apetecería leer en ese momento. Recuerdo qué ropa llevaba cuando leí los libros que marcaron mi presente. La literatura como juego y el juego como salvación, mientras lo permita la juventud carente de fechas, ese hueco que nos recuerda quiénes somos.

Al final, el transcurso de nuestra vida depende tanto de lo que mostramos como de los refugios que creamos para hacerlo, un oasis de irrealidad donde podamos ser felices en la ficción. En mi caso son el café y los libros, junto a cualquier libreta de apuntes, pero habrá otros para el resto. Encontrar nuestro lugar de crecimiento es básico para nuestra relación con los demás, porque de él depende que podamos ser útiles o no con la comunidad a la que pertenecemos. Un hueco para nosotros, para crear y desarrollarnos, que todo el mundo debería respetar. La ficción para ser feliz. Y en algunas ocasiones, llegar a serlo realmente.

Compartir el artículo

stats