El pasado viernes nueve de febrero se cumplieron once años desde que nos dejó esi coñón, sin duda, personaje gijonés, llamado Dioni Viña. Entre culinos en Ataúlfo, calamarinos en Casa Rubiera, paseínos en traje bañu de pedreru a pedreru y hasta chocolate con churros en el viejo Dindurra, yo me fui impregnando de su filosofía playa.
Disentíamos con el baloncesto, que a mí nunca me gustó y con el Hípico, que a él nunca le dijo nada. Estaba enamorau de "les cases barates" y por encima de todo, de su Lolina, de David y de Marina y de esta ciudad rojiblanca y del periódicu LA NUEVA ESPAÑA y de su legión de amigos.
El rey mago por antonomasia (fiel heredero del doctor Heredia en su papel de Gaspar), fue un gijonés de los grandes, que conocía la city como la palma de la mano. Para la historia queda su encomiable labor en el Gijón Baloncesto, sus libros en gijonés (que no en bable impostado de la llingua), que firmaba en pelota en el Grupu Covadonga y la oriciada que con sidra se papó en la Cruz Roja. En su merecido parque del Coto, siendo alcaldesa Paz Fernández Felgueroso, cuando da el solín, doy a veces un garbeo y ríome solu por los ratos tan agradables que nos hizo pasar.
Si de muestra vale un botón, un día, en la sidrería de la calle de Cabrales, al final de la larga barra, estábamos el cura Bardales, Ramón "el colorau" y el genial del que les hablo... y vino Ataulfo a enseñanos una humeante cacerolona de arroz con bugre y Dioni, rápidu y con elles a puntu, dijo: "Traime una toalla, que voy a hacer unos vahos".
Genio y figura.
