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Crítica / Música

Tempo d'Umore, tempo de música

Relato de un público familiar rendido a la magia de una pequeña orquesta

Imagínense ustedes un teatro lleno a rebosar de niñas, de niños, de mamás y de papás, de abuelas y de abuelos, de conocidos, de vecinas y de aquellos que pasaban por ahí pero que sintieron curiosidad al ver tanta gente. Imagínense una atmósfera ruidosa, de gritos, de emociones, de risas incontenibles y de nervios, muchos nervios. Tal vez era la primera vez que entraban a una sala de conciertos, a un templo de las artes. Imagínense ahora que ustedes tienen la compleja responsabilidad de dar inicio a un espectáculo. ¿Lo tienen?

Se va la luz, y en medio de un ruido insoportable, la delicada línea melódica de un violín rompe la contaminada atmósfera y ¡milagro! Se hace el silencio más absoluto. La música, viva e impredecible, se hace presente y todo se torna diferente. A partir de este momento y durante setenta y cinco minutos -que parecieron apenas treinta- solo belleza, humor, delirio, complicidad y buen rollo. ¡Eso sí! Música, buena música y un público familiar rendido a la magia de una pequeña orquesta.

Podríamos haber titulado esta crónica de muchas maneras diferentes. "¿Para qué sirve una orquesta?" o bien, "Mejor sin Director", o tal vez, "Cómo mola lo de venir al Teatro" por ejemplo. En cualquier caso, cualquier imagen elegida para describir la situación se queda pequeña en comparación con la energía y la presencia de los músicos -actores, cómicos, prestidigitadores, agitadores, mimos, clowns- de la Orquestra de Cambra L'Empordá. Lo maravilloso de la propuesta diseñada por el actor y director Jordí Purtí -conocido por su histórica presencia en una de la mejores compañías teatrales del mundo, Els Joglars- es que lo que menos importa, siendo lo verdaderamente importante tratándose de un concierto, eso sí, algo diferente, es la propia música. En este caso, los sonidos son una excusa para articular una y otra historia a modo de pequeños gags que se intercalan en el centro mismo de la partitura y que nos hacen discurrir casi sin darnos cuenta de lo probable hasta lo absurdo y viceversa, sin despeinarnos y en todo momento con la sonrisa dispuesta a quebrar el silencio respetuoso que debemos a la obra (Otra de las cuestiones farragosas que siempre han de poblar los espectáculos musicales y que aquí, la Orquestra, resuelve con absoluta bondad dejando al respetable la capacidad de escuchar o de vivir cada compás convirtiéndolo en una fiesta de los sentidos). Si ustedes tienen a doce músicos -decimos bien, y algunos con una más que sobresaliente trayectoria, pueden comprobarlo en las redes- capitaneados por un coreano genial que enamora a los más pequeños, capaz de saltar, brincar, reír, llorar, gritar, luchar, tocar, volver a levantarse, tocar, sonreír otra vez, aplaudir, tocar, reptar, tocar, saltar y dormir, tocar, detenerse, saltar otra vez para terminar tocando, Naeon Kim, amén de la complicidad de una chelista maravillosa, Queralt García, seductora con Schubert y contundente con Blanch y Strauss, entonces puede ocurrir lo que ocurrió: un auditorio rendido a la bondad de un espectáculo que nos señala dos o más caminos a todos los que nos dedicamos a la música o somos padres. Primero, la música no es aburrida, pero eso sí, necesita ser la apropiada en cada momento y presentada de una manera precisa. Segundo, si algo tiene calidad, y de eso la música culta tiene para largo, no existen públicos reacios, sino opciones parentales que eduquen públicos para el futuro.

No me resisto a terminar con una cuestión básica. ¿Hasta cuándo vamos a tener que esperar por aquellos que llegan pasados siete minutos comenzada la función? ¿Saben los padres que no se puede comer en una sala de conciertos, en un teatro? Ojalá la música sea un comienzo para ambicionar mejores públicos. Con propuestas así, no lo dudo. FETEN es una referencia mundial. Gijón respira Teatro y el público familiar tiene una excusa maravillosa para educar y animar a que los más pequeños encuentren en la belleza un desafío precioso para sus vidas. Felicidades un año más. En buena hora.

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