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Otra maldita tarde de domingo

Cómo sobrevivir a una tertulia literaria

La admiración de los jóvenes autores por los consagrados

A mi pregunta "¿Sigues viendo a los del grupo?" su respuesta fue "No". Un no tajante. Y zanjó nuestro diálogo con un traslúcido "Es un bonito nido de víboras". Le pregunté por su último libro de poesía, me preguntó por mi último libro de teatro y nos despedimos del evento al que asistíamos. De camino a casa empecé a meditar sobre una posible tipología de tertulia. A mi parecer habría tres: la del hombre desengañado que sentencia ante jóvenes que sólo quieren publicar; la de los buenos amigos, que charlan entre vino y café sobre líneas bien cuidadas y gobiernos mal dirigidos; y las que se acercan a clubes de lectura y se olvidan de osadías que no excitan al futuro, sino que exprimen nuestro presente en función de nuestro pasado.

Eran tiempos de sonrisa y cigarrillo, y acudíamos los poetas universitarios a las del primer grupo, maravillados ante la figura del editor, el antólogo o el crítico, a quienes veíamos como semidioses en nuestra mesa. Sentíamos admiración, que es lo más importante para no perder a una persona que quiere estar a nuestro lado. Y aunque mi ego y el que pueda impresionarme en los demás ya se han ido, hubo un tiempo en que dependía de él, de la aceptación y del respeto, y no fueron pocas las veces que regresé a casa entre lágrimas. Para ilustrarlo, contaré una pequeña anécdota. En una ocasión permanecía con los ojos abiertos a las tres de la madrugada, mirando fijamente al techo de una habitación a oscuras. Había estado en la tertulia, y como siempre, los jóvenes éramos el blanco más fácil. Decidí levantarme, acudir al salón, coger todos los libros del que por entonces guiaba aquella reunión, bajar a la calle -descalzo y en pijama- y tirarlos al primer contenedor que encontré. Eran, creo, unos diez ejemplares. A mi regreso, ante la pregunta ¿No puedes dormir? mi respuesta no pudo ser más extraña: Sólo he bajado a tirar unos libros a la basura. Para quien se acerque a este primer grupo piense que en él abundan los personajes literarios, más que el autor al que se admira.

Es el día de hoy en que esa misma persona, a la que guardo cariño y ya he perdonado las vidas que quiso restar en mí, me ha reconocido, ante algún logro reciente, que hice bien en escapar de aquel lugar. Y lo hice hacia las tertulias del segundo y tercer tipo, las del amor por los libros y el respeto entre colegas, lo más parecido a la amistad. Con todo, una tertulia puede ser un lugar complejo y rudo, pero siempre es un lugar necesario. Aunque sea para renegar de él. Aunque sirva para contemplar la otra cara de la moneda literaria. Pero sobre todo, y especialmente, para entender el suelo que citamos.

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