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Si paran las que paren

Interrogantes abiertos tras la histórica movilización del pasado jueves por la igualdad de la mujer

Ha pasado, fue histórico, cada cual lo engarzó en su memoria como quiso, pudo y supo. Y siempre Gijón -ciudad permeable a todos los sentires- dejando que en sus calles se escriba la historia, en primera persona del plural. Pero ya es ayer. Ahora toca gestionar todo ese capital, materializarlo en cambios. Cuántos interrogantes.

Primer ejemplo: digerimos estas horas mientras comparamos precios de aerosoles defensivos homologados de gas pimienta. Quizás en Estados Unidos estaríamos comprando armas. Aquí sólo buscamos un asidero frágil, último, sabemos que inútil, por si esa lotería perversa nos sale al paso. Cómo obviar las muertes o desapariciones de mujeres sin resolver en Asturias, esas agresiones con inusitada violencia. Cómo explicar el miedo del regreso a casa, la rabia por la indignidad de sentirnos aterradas, por pasarnos consignas entre nosotras, por hacer -¿todavía estamos así?- recomendaciones extra a nuestras hijas o alumnas.

Así que, sí, el 8M fue precioso, la expresión pública y festiva del hartazgo y del compromiso por el cambio de tantas mujeres y hombres pero ¿por dónde empezar a dinamitar la invisibilidad, la brecha salarial, el trabajo no reconocido, la economía ínfima, el techo de cristal, esa apisonadora que se activa con la maternidad? Ahí está la almendra del drama: la diferencia sustancial entre quienes, por naturaleza, podemos gestar y parir y quienes después de ser paridos pueden desentenderse salvo en lo relativo al mero hecho de la concepción. El otro día paramos quienes parimos, así podría quedar resumido el hito.

Mientras el Estado lamenta que los índices de natalidad estén a la cola de Europa, nuestras mujeres no objetan de la maternidad, al contrario, son guiadas hacia esa renuncia, acorraladas por la contratación en precario o las promesas de mantenerse en la brecha si no hay embarazos de por medio. Nos decimos que hemos conquistado la libertad en la elección de ser o no madres pero, en realidad, es una elección eternamente pospuesta por fuerzas invisibles a las leyes y los convenios, hasta que la sociedad misma nos informa de que nuestro tiempo, de tanto pasar, ha terminado pasando, ya no es el nuestro. ¿Por qué consideramos una conquista lo que no fue como quisimos?

Si nos declaramos insumisas a esa espiral y somos madres cuando lo deseamos, cruzando los dedos y jugándonoslo todo al rojo, entonces toca sortear una carrera de obstáculos que nos consume tiempo, recursos y energías, un túnel maravilloso, sí, pero convertido en algo perverso, del cual salimos un día al escucharnos decir a nuestras hijas, sobrinas, alumnas, jóvenes "no hagas lo que yo" aunque sin tener muy clara la alternativa. La trampa acecha.

Por si estas tribulaciones fueran pocas, desarman si son puestas en contexto. Con qué insistencia lúcida subraya la filósofa asturiana Amelia Valcárcel que la situación de la mujer no ha de ser evaluada por las conquistas a este lado sino por lo que en el conjunto del mundo sucede con nosotras. El eslabón más débil define al resto. Y sucede que en algunos lugares nacer mujer es tal condena, tal penar y desgracia que ¿cómo hacer desde aquí para reparar tal catástrofe humana, metidas en nuestro laberinto invisible? ¿cómo tirar de ellas?

Hay más interrogantes, de fondo. Después de lo vivido en nuestras calles ¿se habrá entendido de verdad que feminismo no es antónimo del machismo sino simple y mero compromiso de igualdad entre mujeres y hombres? ¿será, por su parte, el feminismo capaz de volverse realmente inclusivo por encima de creencias e ideologías? ¿es real el cambio de mirada o simplemente, hipócritamente, hay quienes están esperando a que este "ataque de veleidad" pase para que todo siga como estaba?

Se equivoca quien piensa que responder a estas cuestiones sólo nos atañe a nosotras. Si paramos las que parimos fue para desmontar esa falacia: va con todas, sí, y con todos.

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