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Otra maldita tarde de domingo

Literatura y contraliteratura

A autores de primera y de segunda corresponden lectores de igual categoría

Allá por el 2009, durante una charla impartida en Nueva York por dos grandes de la literatura actual, Enrique Vila-Matas sentenciaba: "A ver si se pone de moda ser un lector no estúpido." Acto seguido, Paul Auster recogía el testigo y avanzaba un poco más la teoría: "Es cierto. Hay lectores estúpidos que no se enteran de lo que quiere decir el autor." Tres años antes, durante una conferencia en Asturias con motivo de un monográfico en su honor, el reconocido dramaturgo Fernando Arrabal se negaba a contestar cualquier pregunta de prensa o público, argumentando que para él resultaba más importante explicar cómo se encontró a la Virgen cuando tenía diecisiete años. Finalizado el acto, uno de los asistentes se acercó para felicitarle y exclamó estar deseando leer algo más de él, porque "es un tipo muy divertido", mientras negaba "por tosco y sin fundamento" un programa del corazón al que se había hecho referencia.

A lo largo de nuestra historia siempre ha existido lo que se ha dado en llamar literatura de primera y segunda categoría, lo que en su mayoría conlleva lectores de primera y segunda categoría, cuando no lectores de contraliteratura (revistas del corazón, periódicos deportivos, etc.) o directamente aquellos que Thoureau definió como "estúpidos lectores" en su obra cumbre "Walden". La contraliteratura, por lo tanto, es zafia y perjudicial, no interesa al lector cultivado. Es, como diría nuestro reciente admirador de Arrabal, "tosca y sin fundamento". Y dicho esto, diremos que cuando Cortázar y su mujer viajaban en avión tenían la costumbre de leer la misma novela, arrancando el escritor cada hoja que leía y pasándosela acto seguido a su pareja, para que otra vez leída fuera depositada en el suelo; Gombrowicz exigía a sus amistades mantener silencio absoluto durante la crítica de sus novelas, permitiendo únicamente que se tocaran la oreja izquierda si estaban en desacuerdo con el borrador; Faulkner, que recibía en su casa cartas de todo tipo de admiradores, sólo las abría por un extremo para ver si le caía algún cheque.

Como vemos, nada de esto invita al estudio: son, en todos los sentidos, simples chismorreos, anécdotas sencillas que tan sólo buscan una leve sonrisa para aquel o aquella que se haya decidido por un determinado tipo de ocio. Por lo tanto, vemos que los autores de primera y segunda, así como los lectores de primera y segunda, así como los lectores de contraliteratura y los "estúpidos lectores" que citaba Thoureau no andan muy lejos los unos de los otros. Para terminar de convenceros de tan terrible contradicción sólo tenéis que entrar en el Twitter de Haruki Murakami y ver cosas como la que sigue: "Si sólo lees los libros que todo el mundo lee, sólo podrás pensar como todo el mundo piensa." Y lo dice Murakami.

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