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Preferir no ser

Vuelta al mundo de la desesperanza en siete días

Termino la semana con la sensación de estar emocionalmente molida a palos. No sé si la cita con "El Rector", de Pedro de Silva, bajo la dirección escénica de Etelvino Vázquez, en el teatro Campoamor de Oviedo, me va a inflamar aún más el sentimiento trágico de la vida. Pero allá iré, a refrescar con el periplo vital de Leopoldo Alas Argüelles la capacidad autodestructiva de una sociedad. Desmemoriarse es ser cómplice de las injusticias.

Ya venía con cierto encogimiento de alma tras el Festival de Cine LGBTIQ, una iniciativa del Centro Niemeyer que va encontrando su hueco después de tres ediciones. Sus películas, algunas de ellas en Gijón, y actividades paralelas -teatro, conferencias y exposiciones- retratan el descomunal sufrir del pasado y el camino que aún les queda a lesbianas, gais, trans? es decir, a las personas que forman parte de la natural diversidad humana y a quienes sistemáticamente se ha negado o se concede cicateramente el derecho a ser.

De la más rabiosa actualidad llegaron otros cañonazos. El estupor ante el devenir último de Cristina Cifuentes desembocó en la impresión de que estamos flotando en un enorme mar de inmundicia del que a ratos brotan burbujas de ponzoña. Si ya impresiona ver lo que esconde la elaborada imagen de integridad de ciertos políticos y asistir a su atrincheramiento en los cargos a costa del más profundo deshonor, la artera, sucia, taimada estocada final a esta mujer nos describe un infierno shakesperiano en la trastienda política. Definitivamente, esto no va de separar la manzana podrida, hay que regenerar todo un sistema.

Para cuando se leyó la sentencia de "la Manada", mi moral ya sólo necesitaba ese pequeño empujón hacia el abismo del descreimiento. Fue un certero bofetón de realidad. Los delitos no saben de códigos penales, es el código penal el que ha de calar las miserias del alma humana y los jueces abarcar toda su capilaridad. Pero he aquí a tres jueces impermeables al horror de la violación, una de las agresiones más perversas e infalibles en su potencial destructivo, capaz de prolongar sine die su impacto gracias a la vergüenza que se inocula a la víctima, a su culpabilización.

Al tiempo que se juzgaba y condenaba impecablemente a la víctima de "la Manada", ocurría lo mismo con una muchacha avilesina cuya violación también se interpretó como abuso, aligerando la pena de su agresor de manera que podrán reencontrarse en la calle más pronto que tarde. Nadie clamó por ella bajo el grito del #Noesno.

Pero la estocada final me la autoproporcioné yo misma en la conferencia que sobre el suicidio se celebró hace unos días en el Ateneo Obrero, a cargo del psicólogo Manuel Moreno. Diez personas se suicidan al día en España y Asturias no sólo está a la cabeza del ranking nacional, también del europeo. Alarmados por unas cifras propias de una pandemia, la administración regional está implementando un protocolo para prevenir las denominadas conductas autolíticas a las que se llega, en palabras de Moreno, por la absoluta pérdida de la esperanza. Ésta se convierte, por tanto, haciendo la reflexión a la inversa, en el motor de la vida.

Es posible que este panorama sea fruto de un fortuito fuego a discreción desmoralizante pero no puedo evitar sentir que todo está en el fondo conectado. Que nos esforzamos como sociedad por construir un tiempo y un espacio en el que muchos, pudiendo elegir, prefieren no ser a ser desprovistos de esperanza. Yo me agarro a una exigua que me dice simplemente que mañana será otro día.

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