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Carta al amigo ausente

La mañana ha de venir, pero es noche hoy

La diferencia entre los que viven para la política y los que viven de la política

Querido amigo: aunque separados en distancia por muchos kilómetros, estamos muy cercanos en el corazón, especialmente para compartir la pesadumbre que a ambos nos domina a consecuencia de los acontecimientos que estamos viviendo en nuestra querida España.

No quiero parecerte un invasor que comenta y adjetiva los acontecimientos, sino más bien tengo la sensación de ocupar la tarea de un simple fisgón, que atrapado por la inexperiencia de cuanto acontece, se queda indeciso y expectante, al igual que ese niño que monta por primera vez en una noria gigante y no tiene más recurso que aferrarse a la mano de su cuidador mayor, para sentirse arropado ante el peligro que advierte en su nueva aventura.

La clase política actual, con carácter general, aunque se observan respetables excepciones, acepta y acapara como parte de sí misma los efectos del poder, tan viejos e ingeniosos, como que viniesen del propio diablo, con quien asume pactar, considerándolo un mal menor de su propia esencia y provocando con ello un efecto desilusionante al detectar la ruptura entre las ideas que predica en épocas electorales y la actuación práctica y real cuando ejerce el poder alcanzado.

Dice Max Weber que "quien hace política aspira al poder", bien sea al poder como medio para la consecución de otros fines, o al poder por el hecho de poder, para gozar del sentimiento de prestigio que confiere. Por ello, define al Estado como una relación de dominación de personas sobre personas, lo cual se consiente por medio de lo que llama violencia legítima.

El pueblo, cuando llega el momento de hartazgo, como puede estar padeciendo en la actualidad española, no debe esperar y anhelar. Está obligado a hacer más y necesita adecuarse a las necesidades y exigencias nuevas de cada día, actuando en consecuencia, con trabajo y responsabilidad. Ello, sin duda alguna, le obliga a reconocer y diferenciar a los políticos entre quienes "viven para la política" y quienes "viven de la política", lo que le debe llevar a una resolución clara en sus decisiones democráticas a la hora de aventurar su futuro y a la espera de aquella profecía de Isaias: "La mañana ha de venir, pero es noche aún".

Claro, que no todo es tan sencillo, pues no olvidemos que tras la aparición de los regímenes constitucionales en los Estados democráticos, el demagogo es la figura política que destaca en las jefaturas del poder, quien se ampara en sus pilares publicistas y medios de comunicación. Es el reconocimiento de esta figura lo que nos obliga a un análisis de cada opinión y máximo aun con la proliferación de la comunicación sin control en los distintos medios actuales, incluidas las redes sociales. No hemos de olvidar que existe el negocio de los anuncios pagados y será poco frecuente que alguien muerda la mano de quien le da de comer, lo que se transforma cuando de política se trata en esa figura que muy bien podría calificarse como gente de estómagos agradecidos, y que la historia -especialmente la más reciente ha dejado muy clasificados como adinerados pero sin honra.

Abogo por un futuro en el que el pueblo considere la escucha y visión de los acontecimientos creando su propia opinión sin dejarse influenciar por la inmensa cantidad de "input" que reciben de los medios de comunicación y redes sociales, no pasados por filtros de autenticidad. Una buena recomendación para digerir la proliferación de mensajes será la de plantearse este axioma: "No me des opiniones que tengo las mías propias, pero si quieres ayudarme, facilítame datos"

Concluyendo, mi querido amigo ausente, es momento de espera, pero expectante y activo para el obrar futuro que llegará en el momento oportuno, haciendo valer a quienes dentro de la clase política muestran y demuestran cualidades importantes en el desarrollo de su profesión: pasión, sentido de la responsabilidad y mesura; porque todo obrar que no sea así es indigno y se acaba pagando antes o después. Una nación perdona siempre el daño que se hace a sus intereses, pero nunca el que se hace a su honor.

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