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Desde mis entrañas

La lucha contra la hidra del patriarcado

Lloro poco, es cierto, y sé por qué. Desde adolescente, desde casi niña vi el llanto permitido en la mujer y prohibido en el hombre como un signo más de la debilidad femenina que la hacía vulnerable, y decidí no llorar como fui eliminando muchos otros comportamientos que fui observando que formaban parte de ese concepto de mujer más cerca de un ser inanimado al servicio del varón que de una persona, si bien muchos de ellos fui recuperándolos poco a poco consciente de que no eran intrínsecos al rol femenino.

Pero sigo sin poder llorar aunque mi corazón esté roto, porque el motivo de ese llanto suele ir asociado a la rabia por la injusticia cometida, y sigo creyendo que las energías que se vayan con mis lágrimas no podré utilizarlas para luchar contra la injusticia que lo provocó. Y aquí estoy, con esas lágrimas fijadas en mis ojos desde que oí esas crueles palabras de la sentencia que dictó la Audiencia Provincial de Navarra: "No hubo violación porque no hubo violencia ni intimidación". Y en ese momento la rabia y la indignación me provocan un shock emocional, para desearles a esos magistrados los mayores males.

Lo comuniqué a mis hijos y escribí en Facebook, lo hago en raras ocasiones últimamente, fue quizás una manera de gritar a no sé quién, de gritar la rabia, de sacar de mí el desasosiego, de comenzar a convertirlo en lucha y escribí cosas como: "Ricardo González, el magistrado que defiende que las mujeres sean violadas impunemente"; o "los otros dos magistrados que no sé sus nombres: no es para tanto, no fue violación, solo abusos", seguí escribiendo: "Mujer si quieres que los declaren culpables paga con tu vida, entonces sí". "Ese machismo oculto del que todas hemos sido víctimas a lo largo de nuestras vidas es el culpable. La lucha, el único camino". Y en un alarde de esperanza que ni yo misma me creía terminé: "Si las mujeres de toda España conseguimos convertir este atropello judicial en la mecha que encienda la pólvora de la lucha de todas las mujeres por nosotras, por nuestras hijas, su sufrimiento no habrá sido en balde".

Y así me fui a trabajar, con el corazón encogido, con los ojos demasiado acuosos, con miedo y esperanza. Después me llegó la carta de ella, las convocatorias de manifestaciones. Suspendí la consulta que tenía a última hora, y a las ocho y cuarto estaba con todas, con todos. Al principio noté que había más gente de la que habitualmente acudimos a este tipo de actos, (reductos feministas), pero cuando nos pusimos en marcha para dirigirnos a los juzgados, miles de personas caminaban por las calles, coreaban consignas, las pancartas eran improvisadas en papeles o cartones. Era algo espontáneo, se temía, pero en el fondo nadie esperaba tal atrocidad de sentencia, escrita por seres que parecen carecer de cualquier atisbo de sentimiento humano.

El ambiente era impresionante: jóvenes, hombres, mujeres de diferentes edades y procedencias sociales. Caras serias pero con determinación, gritos con rabia coreaban, coreábamos: "Yo sí te creo"; "Tranquila hermana, aquí está tu manada"; "Si no hay justicia empieza la guerra"; "Si tocan a una nos tocan a todas" "Que no, que no, que no tenemos miedo" ; "Con ropa, sin ropa, mi cuerpo no se toca"; "Esa sentencia también es violencia"...

La lucha feminista salió del pequeño redil en el que se encontraba y estalló en la sociedad. ¿El mérito? De tres magistrados deseosos de terminar de una vez con las ansias de libertad de las mujeres de este país, de enterrarlas bajo una sentencia, porque la justicia es el máximo poder. Pero si ellos no aplicaron Justicia, las mujeres desde la calle la exigiremos. Como rezaba una pancarta "Si no atendisteis sus lloros escuchareis nuestros gritos". Y después de una hora de improvisada manifestación con improvisadas pancartas pero con ideas no improvisadas quedamos en seguir la lucha. Los ojos seguían acuosos. Una mezcla de profunda tristeza pero también de esperanza, una mirada atrás en mi vida, en mi lucha, y una vuelta al presente, a esta lucha que también es mía. Al llegar a casa le escribí a una amiga que no había podido ir: "Impresionante. Vengo con los ojos llenos de lágrimas, con la sensación de estar viviendo un momento histórico en la lucha de las mujeres. Recuerdo el libro ("Mujeres libres" Nekane Jurado). Impresionante. De todas las edades y clases sociales. Muchos hombres. Voy a cenar que quiero escribir un artículo, mi pequeño grano de arena. Un besín". Y este es el artículo escrito desde el único lugar desde el que me ha sido posible hacerlo: desde mis entrañas de mujer. Y ahora sí, ahora las lágrimas no me dejan ver las teclas.

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