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Tormenta de ideas

Feliz día, mami

El recuerdo emocionado de una mujer que siempre sonreía

Hola, mamá: hace mil años que no te escribo, pero sabes que hablamos muy a menudo. Te lo sigo contando todo, como hice siempre? Sigo pidiendo que allí donde estás me eches una mano con la vida, una vida, mami, que siempre es dura. ¿Sabes? A veces pienso en aquello que nos decías tan a menudo. El mundo está al revés. Nada de lo que era bueno lo es ahora. Ninguno de los valores que nos enseñaste está ahora en una sociedad que si no cambia, nos va a llevar a la deshumanización más absoluta. No existe tu frase, esa de "no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti".

Sigo defendiendo con uñas y dientes el que los padres sepan educar a sus hijos con lo único que tú pudiste hacer. No necesitaste libros de autoayuda, ni estudios de psicología, solo usaste tu amor incondicional por tus hijas y el sentido común, y te convertiste en la mejor psicóloga del mundo. Aquella a la que iban mis amigos adolescentes a contarte su vida, sus problemas. Entre ellos el padre de tus nietos, tu hijín, por fin un varón en casa, el hijo que no tuviste. En él también dejaste tu huella, mami, lo hablamos a menudo, eras tan especial. He intentado toda mi vida seguir tu estela, hacer lo que tú hubieras hecho, he pedido tantas veces tu ayuda, tu inspiración para poder educar a tus nietos, para que sean buenas personas, personas de bien, que era lo único que tú pretendías de nosotras.

Mami, tu esencia está en cada una de nosotras y aunque ellos no lo saben, también en cada uno de tus nietos, y hasta en tu bisnieta? En ella hay algo, mamá, que me recuerda a ti. Es quizás esa alegría que se desborda por sus ojos verdes como los de su abuelo, como los de su padre, es esa sonrisa que tú tienes (porque sé que la tienes mientras lees esto), esa que a veces me dicen que yo también tengo y es, mamá, el mejor halago que me pueden hacer. He sobrevivido diez años más que tú, y pienso a menudo en qué dejaré cuando me vaya. Si ellos, mis hijos, mi nieta, me recordarán, me tendrán presente como yo te tengo a ti, si realmente estaré en su vida, como tú estás en la mía. Siempre recuerdo una de las últimas frases que me dijiste: "Siempre estaré con vosotras, estaréis bajo mis alas". En ellas, mamá, me refugio cada vez que lo necesito, y últimamente es a menudo porque me está costando seguir fuerte, porque la vida se enfada conmigo muchas veces y yo con ella, porque no puedo con la maldad, con la injusticia, con los niños infelices, porque quiero solucionarlo todo y no puedo, mami.

Es imposible porque no quiero, no puedo soportar que mis hijos sufran y trato de evitarlo, como tú hiciste siempre, pero tienen que andar su camino, mamá, un camino que tiene espinas, que como tú decías era el bueno, porque lo fácil nunca enseña a vivir. Y debo aprender a seguir caminando por ese camino que tú me enseñaste. Y ellos deben seguir el suyo, pero solo quiero de verdad, mamá, que cuando no esté, puedan tener el recuerdo de una madre que ha cometido muchos, muchísimos errores, pero que ha intentado con todo el amor que cabe, y cabe todo, educarlos para que sean felices, y quiero que sientan cuando no esté, que no me he ido, que siempre ellos estarán también bajo estas alas que tú me diste para que ellos encontraran siempre el refugio que yo encuentro en las tuyas. Estás aquí conmigo, mientras lloro, porque lo sigo haciendo después de 35 años, pero te siento sonriendo a mi lado.

Gracias, mamá, gracias por haber existido, gracias por tu generosidad, por tu alegría. Gracias por darme la vida, esta que disfruto también con esa alegría de andar por casa, la de tantas cosas que agradezco y que trato de disfrutar como si fuera el último segundo de vida. Eso también me lo has enseñado tú, a pensar en hoy, a vivir cada minuto como si fuera el último, a disfrutar del sol, de las sonrisas, de las pequeñas cosas que nos alegran la vida y que a veces no queremos ver. Lo has conseguido. A pesar de las espinas, mami, soy inmensamente feliz. Y te lo debo a ti. Feliz Día de la Madre, mami.

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