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La ventana

Baños de carquexa

Las bondades del mar en septiembre

Llega septiembre. El verano oficial, las vacaciones de la mayoría, las fiestas multitudinarias han finalizado. Restan, sin embargo, espléndidos días del postrero estío y del entrante otoño. Sin el desmesurado bullicio, las playas son ahora lugares reconfortantes donde se respira sosiego, donde el sol aún nos gratificará con días maravillosos, sin el rigor de fechas pasadas cuando el astro rey nos castigó sin piedad.

Los pueblos de nuestra costa occidental siempre han sido lugares predilectos para una cierta clase pudiente. Procedentes de Oviedo o de Madrid, levantaron aquí lujosas residencias veraniegas. En la actualidad los herederos de aquellas familias mantienen su arraigo con la zona y se les puede ver con facilidad por cualquier esquina pues suelen exhibir todo menos la discreción.

Con el desarrollismo una pujante clase media quiso emular a la selecta clase alta. No podían costearse enormes mansiones pero, en muchos casos, podían darse el lujazo de adquirir un apartamento en Tapia o en Luarca, por ejemplo, o al menos alquilar un piso de temporada que otorgaba días de plácido relajo y regresar a la ciudad con la tez morena, signo inequívoco del poderío de la familia.

Paradójicamente al tiempo que mengua la clase media se generaliza el disfrute de vacaciones. Todos ejercemos ocasionalmente de turistas y nos tomamos unos días para acudir a algún destino, dentro de la variopinta oferta existente. Asumida la recuperación, real o supuesta, agosto se ha institucionalizado como tiempo de ocio y se ha socializado el divertimento como un bien irrenunciable.

Septiembre queda para aquellos que tienen la facultad de disponer los días de asueto a su gusto. A éstos hay que sumar los habitantes de la zona, que sin las apreturas de agosto, pueden prolongar sus días de baño, hasta que asomen las fauces del invierno.

Imagen septembrina, por excelencia, era la de quienes procedentes del interior de Asturias, acudían a los nueve consecutivos días de baños. Procedían igual de Boal, que de Tineo o de Cangas. Aquellas vacaciones con sus respectivos baños eran por prescripción médica. Los galenos de antaño, a falta de recursos técnicos, fiaban sus tratamientos en un fiel ojo clínico. Y sin ningún amparo científico recomendaban a quien lo sugería, baños de agua salada, que a buen seguro no eran en absoluto dañinos.

¡Hasta San Miguel los baños van siempre bien!

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