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Licenciado en Derecho

Una imagen vale más que mil refugiados

El poder de la foto de Aylan Kurdi

La batalla está perdida, hay que reconocerlo. Una cosa es negarse a capitular y otra distinta no reconocer el resultado de la pugna. Lo primero es ser un valiente, lo segundo es ser un necio. Los que seguimos defendiendo el valor de las palabras nos aferramos a nuestra convicción tirando de romanticismo y negando la realidad, a saber: vivimos en un mundo eminentemente visual, cuasi virtual. Especialmente las generaciones más jóvenes se relacionan con la realidad fundamentalmente a través de redes sociales y pantallas de smartphones. La aparición de nuevos fenómenos como los youtubers o las páginas web de series y películas incluso amenaza la hasta hace bien poco indiscutible hegemonía de la televisión, ante la risa cargada de rencor de periódicos y radios, en su día víctimas del arrollador éxito de la caja tonta. Es ley de vida, la realidad cambia y, por ende, también lo hace el modo de relacionarse con ella. En un fantástico monólogo, el protagonista de la película "V de Vendetta" defiende que "las palabras siempre conservarán su poder, las palabras hacen posible que algo tome significado y si se escuchan, enuncian la verdad". Sí, pero hay que escucharlas, y suele resultar mucho más tedioso el tránsito del oír al escuchar que el camino que media entre el mirar y el ver. La opinión pública siempre se mostrará más reticente a apoyar una guerra tras haber contemplado las fotos de una aldea arrasada que después de haber escuchado los discursos pacifistas de cincuenta de los más avezados intelectuales del mundo.

No fue una excepción a esta tendencia la denominada "crisis de los refugiados". La eficacia de los litros de tinta y saliva empleados en poner de manifiesto las consecuencias humanas y demográficas de determinados conflictos bélicos, la tragedia humana que se representaba cada día en el Mediterráneo o la peligrosa diferencia de prioridades entre las operaciones "Mare Nostrum" y "Tritón" se revelaron ínfimas ante la innegable contundencia de una sola foto. Efectivamente, la terrible imagen de Aylan Kurdi, un niñito de tres años, yaciendo inerte en una playa de Turquía, fue capaz de poner en pie a todo un continente al que una sola instantánea le había hecho sentir indignación, tristeza y vergüenza al mismo tiempo. Nilüfer Demir, autora de la ya eterna imagen, fue capaz de conseguir lo que miles de artículos y conferencias habían intentado previamente con nulo éxito: telediarios, portadas de periódicos y programas de radio prácticamente no hablaban de otra cosa y, por supuesto, el debate llegó a universidades y oficinas, mercados y bares. El vecino del quinto abogaba por acoger a cuantos más, mejor; su amigo se echaba las manos a la cabeza, intentando hacerle ver a su colega que lo primero es atender a los que ya estamos aquí, que ya son bastante largas las colas del paro y los comedores sociales como para que encima andemos convocando nuevas plazas; el jefe de ambos iba más allá, afirmaba que la solución pasaba por una intervención militar que acabase de una vez por todas con el enfrentamiento en Siria. No había acuerdo en cuanto al remedio, pero al menos nadie desconocía la existencia del problema.

Pero la mancha de mora con otra verde se quita y una nueva imagen, unida al paso del tiempo, haría prácticamente desparecer de nuestras mentes a los miles de refugiados que aún hoy esperan ateridos un techo que reemplace aquel del que una bomba anónima les privó en su país de origen. La reconfortante visión de Osama Abdul Mohsen, entrenador sirio al que la loable solidaridad de una escuela de fútbol le brindó la posibilidad de establecerse en España, visitando el Santiago Bernabéu junto a su hijo y posando con Cristiano Ronaldo, pareció poner fin a la terrible crisis, como si el fenómeno portugués pudiese con sus carantoñas dar carpetazo a una catástrofe de tales dimensiones ¿Balón de Oro? Poco me parece. Nobel de la Paz.

En cualquier caso, seguramente este artículo no tendrá la misma fuerza que una imagen de las penurias que los olvidados refugiados siguen padeciendo en este mismo instante, pero yo, como "V", sigo aferrándome a la idea de que las palabras conservan parte de su fuerza; porque yo, en pleno siglo XXI, sigo creyendo en el músculo de la literatura; porque yo, y perdónenme por ello, he de confesarlo: yo soy de letras.

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