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Psicóloga y logopeda

8 de diciembre, día de la madre

Sobre la relación única entre la mujer y sus hijos

¿Qué mujer a quien, bien la fatalidad le ha arrebató el hijo y, en contra de la "ley natural", le ha debido enterrar, bien le ha perdido, porque él ha decidido andar el lado salvaje de la vida, no se siente naufragar en el dolor? ¿Qué madre doliente, por pérdida del hijo amado, no busca alivio en la imagen, traída al recuerdo, de la atención y la sonrisa prolongadas, brindadas por su bebé, cuando asomaba el propio rostro a la mirada del hijo? ¡Cuánta generosidad en tan sublime inocencia! ¡Qué mayor compensación al amor profesado por quien es carne de su carne, ser de su ser!

Salvo para la madre que ha perdido o ha sido testigo de sufrimiento ensañado con el hijo, no es fácil imaginar a aquella mujer que, en suerte, le tocó huir con el hijo en brazos del déspota que ordenó arrebatarle la vida y, años después, presenciar el sufrimiento del hijo amado y único nacido de su entraña, asistiendo a la traición y abandono por los así llamados leales, víctima del despotismo, perseguido, encarcelado, torturado con harta crueldad, y, en el camino de la ejecución, conocer la ira contra su hijo y de la que llega albergar sin freno el alma de los hombres. ¿Cómo no imploraría aquella madre a Dios que le dejase ocupar el lugar del hijo sufriente? ¡Ay, verdadero amor el de la madre es! Es el figurado en la imagen de María Madre en la Piedad de Miguel Ángel y a él se refiere el pasaje "Del sentimiento trágico de la vida", que reza así: "Y el amor maternal, ¿qué es sino compasión al débil, al desvalido, al pobre niño inerme que necesita de la leche y del regazo madre? ? Amar es compadecer y quien más compadece más ama? El amor de la mujer es siempre en su fondo compasivo, es maternal? La compasión es, pues, la esencia del amor humano, del amor que tiene conciencia de serlo, del amor que no es puramente animal, del amor, en fin, de una persona racional. El amor compadece, y compadece más cuanto más ama" (M. de Unamuno).

En los tres inmensos días dictados por las Sagradas Escrituras, doblemente angustiada por "la hora" fatal del hijo y por la humana incertidumbre del posible incumplimiento de la profecía, es posible imaginar aquella mujer, ya náufraga en el dolor, asirse al rostro sonriente del hijo, al descubrir éste su presencia, el del rostro materno al que hace "percepto privilegiado y preferido a todas las demás cosas". A éste niño, como a todo niño, Dios -la psico-biología, en el no creyente- ha concedido el don de la sonrisa para compensar los desvelos de la madre. La que amamanta, al que a sus senos se ase, le es dado saberse única y así reconocida en la sonrisa del hijo. Y es así, y no es de otro modo, como la experiencia muestra: ante la presencia de un juguete, de un biberón o de otro rostro, el niño suspende la sonrisa si ha perdido el rostro de la madre.

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