De igual manera que el turrón vuelve a casa por Navidad, así vuelve al occidente de Asturias la clase política y quienes aspiran a pertenecer a ese selecto grupo. No es una presencia masiva. Ni los líderes y lideresas regionales se prodigan por la zona. Pero se nota que cada voto importa y que cada papeleta puede resultar decisiva. Por eso los pueblos y villas, en ferias y mercados te das de bruces con candidatos y candidatas y con sus adláteres, todos ellos ávidos de repartir folletos. Además, se reparten forzadas sonrisas, abrazos, apretones de manos y besos. Se encuentran, en su mayoría con pensionistas, a los que tratan de convencer de sus bondades haciendo promesas que los viejos, curtidos de experiencia, saben de sobra que no se cumplirán. ¡Ay, si los políticos escuchasen la sabiduría que encierran las gentes mayores! Mejor nos iría a todos.

No se dan cuenta de ello, porque ellos vienen a cumplir su papel, pero en sus paseos por caminos y calles, es casi milagroso que desde un portal o desde una ventana, se propague y se pueda oír el llanto de un recién nacido. Si los políticos preguntasen a los vecinos la razón, éstos les responderían que no se oye a los niños porque apenas nacen y ese es el mayor drama que existe en la comarca.

En este tiempo es obligada la visita a los pueblos marineros. Da igual en Cudillero, que en Luarca, que en Puerto de Vega. Se pasearán por las inmediaciones del puerto y departirán con algún viejo lobo de mar para coincidir en su preocupación por la escasa rentabilidad de la pesca. Prometerán infinidad de obras y manifestarán su desacuerdo con las cuotas. Si alguien trata de dar una opinión sobre el sector, que seguro ha de ser ponderada, al político de turno, con la mejor de las sonrisas, le entrará por un oído y le saldrá por el otro.

El Occidente es además y sobre todo rural y agrario. Han de hacer referencia a este sector aunque ignoren el actual precio de la leche o desconozcan el desplome el valor del ganado de carne. Nadie se atreverá a coger el toro por los cuernos, hay riesgo de ser embestidos.

En definitiva que no hay peor sordo que quien no quiere oír, y sin embargo hemos de votar.