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"Bajo mis pies, un abismo"

Las distintas reacciones de las personas que sufren una crisis existencial, en función de su historia afectiva y moral

La del titular es la fórmula que expresa la inseguridad de quien pasa por una crisis existencial. "Páramo brumoso" es otra de las expresiones que dibujan el alma de quien sufre el sinsentido o absurdo de vivir. Para esta persona, para quien el rostro del suicidio se le ha convertido en familiar, todos aquellos asuntos que hasta este momento de su derrumbamiento moral ocupaban cada tic-tac de su tiempo, súbitamente se han convertido en lo propiamente baladí. Aquel rostro del suicido no necesariamente ha de ser el de la muerte biológica. Existe, también, un acabar consigo mismo en vida, un vaciarse hasta el acorchado mismo del alma. Es este el salto dado por quien, dolida su alma de sinsentido y extraño a sí mismo, estima que la vida no vale la pena vivirse; impotente para colmar de sentido el foso abierto en su conciencia de sí mismo, incómodo ante este desierto, decide apagar su corazón agitado y, ya náufrago, se abandona en la zozobra.

Admítase como evidencia empírica la estrecha vinculación afectividad-moralidad en la cimentación de la personalidad del individuo, a fin de asumir como adecuados o no los siguientes argumentos del presente artículo. La asociación de ambas dimensiones de la personalidad es tal que la debilidad o carencia de uno de los dos componentes da como resultado una personalidad débil, incluso perversa: debilidad para asumir con vigor la radicalidad del drama existencial, de la tarea de hacerse a sí mismo, de hacer la propia vida, o perversidad en el modo de orientar la misma, en los medios elegidos y en la relación con los otros. Un componente adecuado en la aportación ética puede ser ineficaz en la consecución de su fin, si el aporte afectivo no ha sido adecuado o, tristemente, ha faltado ya desde la cuna. Por su parte, la riqueza de afectos recibida, con carencia del aporte de moralidad adecuado, puede hacer del individuo una persona desorientada. En fin, en la carencia en uno u otro aporte o en ambos se halla la razón tanto del alma torturada como del alma perversa.

En la asunción del supuesto de la asociación afectividad-moralidad se hace comprensible el drama de la crisis existencial, asunto de este artículo. Se comprueba en los primeros momentos, cuando las aspas del sinsentido hienden por los pliegues del alma e irrumpe en ella la soledad, pero habiendo sido firme el suelo del anclaje afectivo y moral, este solitario percibe en él cómo se debilita su fe en la vida propia y en lo que le rodea; sin embargo, aquella consistente cimentación le hará sentirse aún capaz para afrontar su problematismo.

En esta primera embestida del sinsentido, para quien afortunadamente ha disfrutado de manos firmes y seguras que han levantado en su alma los pilares básicos de la vida, el de la afectividad y el de la moralidad, se descubrirá solitario mirándose a sí mismo y, a solas en su soledad, le será dado alcanzar un grado más elevado de compresión del propio yo, de la dificultad de vivir, dificultad de vivir común con otros. Esta persona de sólidos fundamentos, pero no por ello protegida frente a la virulencia del radical sentimiento del absurdo y envuelta en la bruma de la soledad y cuestionándose a sí misma, asistirá al descubrimiento de lo más recóndito de su ser. Gracias a la herencia afectiva-moral recibida en la cuna, cuando el mundo se derrumbe bajo sus pies le será dado encontrar con mayor facilidad refugio en sí mismo, en su propia soledad.

No es este, en cambio, el caso del individuo cuyo sustento del alma recibido en la cuna no ha sido el adecuado o ha sufrido graves carencias o le ha faltado absolutamente. La experiencia del absurdo derrumbará los débiles pilares sobre los que se ha sustentado su existir, y le hará caer en un abismo sin fin. La debilidad traída de la cuna conducirá, según el caso, a situaciones cuando menos patéticas o, en los casos más severos, trágicas para el mismo doliente y, tristemente, para aquellos más vinculados a él. En el caso menos severo, el foso habido entre la conciencia de su modo de vida y el sentido del mismo, una vez perdido el horizonte, se agrandará en la huida hacia el fondo de un abismo sin fin. Irrumpirá en su vida la adicción a emociones fuertes o, cuando menos, novedosas, que le hagan sentirse vivo: juegos de azar, promiscuidad y drogas.

La adicción al sexo o sexualidad compulsiva es la respuesta más habitual en este grupo de personas. A él pertenece el individuo que identifica sentido o plenitud con intensidad o novedad del estímulo. Así es fácil oír el lamento por la pérdida de la pasión, de la embriaguez del enamorado. Bien con la coartada moral de que se ha equivocado en la elección de la pareja, cuando es el caso de la persona casada, bien con el cinismo propio de quien es incapaz de la asunción de lazos afectivos tras la mentira de cada noche, buscará con avidez entre sábanas aquello que colme su vida. Patético, al alba, comprobará bien -si es sincero consigo mismo- que ha ahondado una yarda más en el abismo sin fin de una existencia que consume en escapadas de desahogo sexual en desahogo, bien -en su propio autoengaño- creerá que el acto de seducir y desahogarse sexualmente es la esencia misma de la existencia. ¡Patético iluso! Al interrumpirse el último contacto de piel, el rostro del otro sobre la almohada le desvelará el engaño consumado para con él mismo. En estos ilusos, su falta de escrúpulo moral -por cuanto se ha servido de la otra persona como instrumento para su desahogo- dibujará una elipse de ejes proporcionalmente inconmensurables a la densidad egocéntrica del centro de confluencia de los mismos. La indiferencia y el cinismo hará sufrir innecesariamente a su víctima, quien sí puede albergar la esperanza de lazos afectivos y de compromiso sincero, así como la desilusión y decepción en su alma y la herida propia del que se ha visto reducido a mero instrumento, a mero objeto de uso circunstancial, abrirá la herida de una soledad no buscada. Puede esgrimirse que ambos parten del mismo punto y comparten la consecución del mismo fin. Bien. Patéticos ambos, en tal caso.

¿Qué decir del que llena el abismo del sinsentido en la adicción al juego o las drogas? Ahonda yarda tras yarda, con cada apuesta realizada con el bienestar arrebatado a los suyos; con los gramos de consumo, ahonda el dolor de quienes le quieren, y con cada trago hunde en el torbellino de la copa la angustia de quienes por él se interesan. Indolente, asistirá indiferente al derrumbe moral de quienes no sólo ven peligrar su bienestar material, hasta el extremo de mendigar a familiares y organismos asistenciales para poder subsistir, sino también que siente anegada sus almas de dolor por el ser querido (padre, madre, mujer o marido) y que le han perdido por afectado de perturbación del alma. Sin embargo, el perturbado, con su indolencia, es causa de mayor dolor, albergando la falsa esperanza de salir de su perturbación, cuando es el caso que no desea curarse.

Hay también a quien el sinsentido, sin esperanza de escape, le hace deambular por este desierto, bien a la búsqueda del instante de dar fin a esta laceración del alma, fija la atención en la nada, en 'la hora', bien dejando anegar el alma por el árido desierto del absurdo.

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