La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ante el acoso escolar

Las resistencias para erradicar un comportamiento que preocupa en la sociedad

¿En cuántos hogares uno de sus pequeños no se hallará prisionero en la tupida red tejida de miedo? ¿Qué madre no se le encoge el corazón y ahoga el alma sólo al pensar que los días de su hijo se han convertido en la noche sin fin? ¿Qué madre no se hunde en la desesperación al pensar que no puede estar allí, al lado de su hijo, para cuidarle de "este mundo que es una jungla"?

La primera vez que aparece la figura de acoso escolar en una ley del ámbito de la enseñanza es en el caso de la ley orgánica 8/2013. ¿Significa este cambio la erradicación del fenómeno como tal? El espíritu de la letra no siempre cala en la conciencia de quién debe aplicarla. Cuando a un crío le toca en desgracia pasar por el infierno de ser acosado es fácil que, al pedir ayuda o explicaciones, los padres escuchen bien excusas como "el mundo es una jungla y los niños tienen que aprender a defenderse", bien el consejo confidencial "llévense a su hijo", bien reproches exculpatorios como "no se debe ser tan protectores con los niños", bien hacer responsable al niño, que recibía de sus compañeros tunda de patadas y puñetazos por orden del acosador, de "faltas de habilidades sociales", por no ser capaz de defenderse. El hecho es que la víctima ve aumentado el sufrimiento con un daño moral y psicológico añadidos, al comprobar que su expectativa de justicia se ve defraudada cuando, por quienes tienen que sancionar el incumplimiento de las normas de convivencia, ve restar valor a la agresión sufrida, poner en cuestión su queja o, incluso, tener que sufrir la humillación infligida por el adulto que le tilda de chivato. Semejante defraudación hunde moralmente a la víctima en la desolación y el de desamparo, así como en un sentimiento de culpa por denunciar la situación que sufre; lo que da mayor firmeza a su certeza de que nunca podrá disfrutar de un entorno escolar libre de violencia y hostigamiento.

Es obvio que la asunción o no del espíritu de la letra vendrá dada por la altura moral de quien tiene que hacer cumplir la ley. El hecho es que bien la indiferencia con el sufrimiento del doliente, bien la cobardía moral para afrontar la situación como se debe hacer, bien ambas, tiene como consecuencia a unos padres que han perdido a su hija, mientras comprueban cómo la vida de ella sólo vale un mes de servicio social para las inductoras al suicidio. Es muy posible que la madre de la adolescente, que decidió acabar con su vida, esté convencida de que, si el equipo directivo del centro le hubiera puesto en conocimiento de la situación dolorosa que sufría su hija e informado de los mecanismos legales para protegerla, su hija habría disfrutado con ella de la pasada Navidad y, ahora, estarían ambas, hija y madre, tratando en este momento cómo divertirse juntas en los próximos carnavales.

La otra resistencia frente a la erradicación del acoso escolar tiene también su origen en la misma condición humana, en concreto, en los rasgos psicológicos propios del acosador. La estructura conductual del acosador se configura en el hogar, cuyos miembros familiares se rigen por la relación dominante-dominado escenificada por el padre y la madre. Así, se puede asistir al siniestro espectáculo de un joven de corta edad, manipulando a sus seguidores o subyugados, mediante coacción ("eres de los nuestros-no eres de los nuestros"), para que lleven a cabo su voluntad de hostigar a la víctima, cuando no es él mismo quien ejerce el hostigamiento y violencia, eso sí, siempre arropado por sus coaccionados colaboradores. La conducta dominante-dominado y que Freud denominaba sadomasoquista, presente en todo acosador, aparece acompañada de otros rasgos psicológicos que los cuentos tradicionales presentan mediante la figura "al otro lado del espejo" o "síndrome de la madrastra" o "síndrome de las hermanastras". Este síndrome se manifiesta como un vehemente deseo por ser o tener aquello que sus dotes naturales o la crianza le niegan, y de ahí la conducta compulsiva por destruir a quien, hallándose al otro lado del espejo, encarna todo aquello de lo que el acosador desearía ser poseedor, bien se trate de encanto personal, bien de brillo intelectual, bien ambos.

Los padres deben saber que su hijo acosado cuenta, en cada despertar, con el hostigamiento al que le someterán sus compañeros, desde que sube al autobús, hasta que lo recogen al regreso de la jornada escolar; y, cuando la tarde se apaga y entrada ya la noche, la angustia le abrazará como terror anticipatorio, por aquello que se encontrará obligado a vivir un día más, en la convicción de que nunca escapará a este sufrimiento. En la medida que esta tortura nunca llega a su fin, un hondo sentimiento de soledad e indefensión irá minando su alma, hasta el extremo de desear desesperadamente acabar con su vida. Sepa padre que, desde el momento que su hijo -víctima de acoso- suelta su mano para subir al autobús, accede al más siniestro de los escenarios, sin que usted esté allí para protegerle, sin una mano que le rescate; porque, quien debe ponerlo en su conocimiento, cobardemente calla o maquilla el drama de su hijo como meras diferencias entre jóvenes.

Compartir el artículo

stats