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Psicóloga y logopeda

Roles paternos

La distinta influencia de los progenitores en la educación de los hijos

Es innegable que hay componentes culturales presentes en el modo propio de conducirse tanto la madre como el padre; sin embargo, existe dificultad para explicar determinadas conductas, en el caso de la madre, si se atiende sólo al aspecto sociocultural. Si no se admite la presencia de algo innato y previo a la influencia educacional, como es lo conocido coloquialmente como el "instinto maternal", difícil será dar razón del modo de conducirse la madre, siempre distinta del padre. Esta disposición de la madre hunde sus raíces más bien en las propias estructuras psicobiológicas de la mujer. Si no, ¿cómo dar razón, pues, del fortísimo vínculo afectivo con el hijo, presente tanto en la madre de orientación ideológica de género como en aquella que establece la relación familiar desde parámetros propiamente 'tradicionales'? ¿Acaso la mujer, una vez comienza el proceso de gestación del hijo, asiste a un máster para la identificación de su alma con el ser del hijo? ¿Qué mujer es entrenada, una vez comienza el proceso del embarazo, para que viva su hijo como siendo parte de ella misma y que considere la vida de éste como siendo más importante que la propiamente suya? ¿Qué programa escolar enseña a las niñas a adoptar el rol que hemos llamado "instinto maternal"? Si bien esta disposición no es tan manifiesta en el padre, ello no significa indiferencia de éste para con los hijos. El hecho es que tampoco para el varón hay un programa escolar destinado a inhibir un instinto similar al de la madre. En ningún centro escolar se imparte un programa destinado al varón, para que viva la exigencia de entrega a los hijos como una dolorosa renuncia a sus expectativas personales o profesionales. No; sencillamente se trata, tanto en el caso de la mujer como del varón, de una disposición natural que hunde su raíz en la estructura psicobiológica propia de cada uno. Si esta identificación de la madre con el ser que lleva dentro de su ser se da desde los primeros momentos de la gestación; si esta disposición nunca antes ha sido experimentada, ni es el fruto de un proceso de aprendizaje escolar o familiar; consiguientemente, se ha de admitir que es en el hecho propio de la gestación donde tiene su origen esta disposición psicológica o "instinto maternal". Esta disposición psíquica se manifiesta como lo que se puede identificar con el fenómeno "mamá gallina" o madre escudo de todo aquello que considera que puede causar el más mínimo sufrimiento a su hijo.

La madre representa -en términos psicoanalíticos- el principio de placer; el padre, en cambio, el principio de realidad. Si, en la relación con el hijo, la intención de la madre es anular las amenazas dolorosas que de la realidad puedan hacer sufrir al hijo, el padre, en cambio, pretende que el joven afronte la realidad y que encuentre en él mismo los recursos para dar respuesta a las dificultades y adversidades. No se trata de que en el varón no se dé el instinto de protección. Se trata de que ella es más propensa a resolverle al hijo las dificultades y recibir los golpes dirigidos a él; el padre, en cambio, fomenta el espíritu de lucha. Si bien ambas actitudes, la paterna y la materna, están presentes en ambos, se constata que el rol materno y paterno lo define la prevalencia de una u otra actitud y que estas actitudes, a su vez, adquieren una variedad de matices según individuos. La cuestión es que ambas actitudes se dejan notar en la acción educativa de la una y del otro.

Es constatable cómo el amor conlleva un insondable sentimiento de culpa o deuda con el objeto amado, sentimiento que se manifiesta en la convicción de no haberse dado o entregado más al ser querido, de no haber estado a la altura de las circunstancias, y el responsabilizarse de las desdichas sufridas por el hijo. El dolor del hijo sufriente encuentra acogida en el alma de la madre, porque la condición misma de madre despierta en ella el sentimiento más sublime que le es dado alcanzar al ser humano: la compasión. Es esta sublime disposición amorosa la que le hace que su alma se apropie como suyo el dolor del hijo sufriente. Curiosamente, Miguel Ángel, para su 'Piedad', no ha elegido, para el drama representado, a José padre, a Juan amado o cualquier otro de los apóstoles. No; el personaje elegido es la madre. La realidad del dolor compadecido cobra figura en el rostro de María madre, cuya identificación con el sufrimiento del hijo es en razón de la condición misma de la afiliación maternal.

Pero es el hecho que, cuando en la educación de los hijos, bien se excluye al padre, bien se le obliga a éste inhibir, bajo presión ideológico-ambiental, lo específicamente paterno, se está causando en los jóvenes un daño, cuyo mayor o menor calado se dejará sentir en el menor o mayor grado de desdicha, infelicidad e insatisfacción presente en la vida de adulto. La autonomía y seguridad personales serán alcanzables como un proceso natural, cuando la identificación de la madre con el hijo es equilibrada, compensada, con la exigencia de asunción de la realidad que el padre espera del hijo. Hay adolescentes y no ya tan adolescentes con marcada dependencia afectiva y que se resisten a la asunción de la realidad y del displacer. En ellos es fácil identificar, durante el periodo de formación, la prevalencia del principio de placer o huella del componente femenino-maternal, bien por ausencia del padre, bien porque éste ha renunciado o se ha visto obligado a renunciar a ejercer el papel específicamente paternal.

El sentimiento de deuda en la madre se manifiesta en la preocupación por si ha sabido evitar al hijo sufrir el displacer presente en la realidad; en cambio, el sentimiento de deuda en el padre se manifiesta en la preocupación por si ha sabido o no capacitar al hijo para afrontar la vida y que sea resistente a los reveses que se encontrará a lo largo de la misma.

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