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Psicóloga y logopeda

La madre, clave para el bebé

De cómo la conducta materna influye en el modelado del psiquismo de su hijo en los dos primeros años de vida

Algunos de los trastornos psicológicos tienen su psicogénesis en los dos primeros años de vida del individuo. En esta etapa la relación de mayor presencia en la vida del bebé es la mantenida con la madre.

Por la naturaleza misma de la relación, la madre ejerce el papel activo; de ahí la importancia de la personalidad de la madre en el modelado del psiquismo del hijo. Esta presencia de la personalidad de la madre en la conformación del alma del niño se lleva a cabo mediante un flujo invisible y silencioso que al bebé le llega de ella.

Frente al desarrollo considerado normal, donde se observa que el bebé disfruta de la relación armoniosa con la madre y con los estímulos que del medio ella le aporta, existe un desarrollo -por así decir- viciado por los trastornos o inestabilidad psicológica que ella proyecta en el hijo. Pero la influencia negativa de la madre no sólo lo es por las proyecciones de conflictos no resueltos en ella, sino también por una relación insuficiente, si bien ambas circunstancias, la cualitativa o por proyecciones y la cuantitativa o por insuficiencia, pueden darse en la misma relación y subyacer a los trastornos psicológicos que el individuo sufre posteriormente. Hay estudios psico-pediátricos, realizados en guarderías de penitenciarIas y otros, en cambio, han tenido por escenario el propio hogar, cuyo objeto ha sido determinar cuál es la incidencia que la relación hijo-madre tiene en la psicogénesis de los trastornos tanto somáticos como psicológicos.

Algunas de estas observaciones pediátricas señalan trastornos físicos, fruto de una relación incorrecta generada por la madre. Y si bien hay indicios que hace sospechar que los trastornos tienen su origen en esta relación, no es fácil establecer con rigor la conexión necesaria o causal entre la conducta de la madre y el trastorno somático del hijo. Lo único que se puede señalar es la incidencia de determinados trastornos somáticos en niños, coincidiendo con determinadas características psicológicas de la madre. Tan sólo coincidencia se debería decir si riguroso se pretende ser en estos asuntos.

Otra cuestión bien diferente es la relación causal habida entre la personalidad de la madre, por un lado, y el trastorno psicológico que el hijo pueda desarrollar a lo largo de su vida.

Pero los efectos no quedan ahí: estos niños muestran retraso en lo que atañe a las habilidades sociales y a sus capacidades para aprender.

Desde el campo de la psicología se reconocen como aspectos por así decir cualitativamente nocivos aportados por la madre y que influyen negativamente en la formación de la personalidad del niño, los relacionados con la repulsa, la tolerancia angustiosa, las fluctuaciones entre el cariño y la hostilidad y las oscilaciones cíclicas del humor.

En lo que atañe al aspecto cuantitativo o insuficiencia en la relación puede ser, en razón de la duración de la misma relación, parcial o total.

En el caso de la repulsa se ha observado que las madres han rechazado el mismo hecho de la maternidad, tanto el embarazo como al propio hijo. Es frecuente observar, en estas mujeres, un cuadro de repugnancia a las relaciones sexuales.

En los casos de tolerancia angustiosa, la repulsa viene motivada por un sentimiento de culpa, originado en la conciencia moral de la madre quien, a su vez, presenta rasgos de inmadurez personal. Aquí, el rechazo no es tanto del hijo como del hecho mismo del embarazo. En estos casos se observa cómo el bebé es tratado como un ser ajeno a su madre quien, siempre, ofrece excusas cuando se trata de cumplir con las obligaciones maternas. Las observaciones han puesto de manifiesto que la conducta materna conocida como tolerancia angustiosa aparece en aquellas mujeres que albergan, inconscientemente, hostilidad hacia el hijo; ello le genera sentimientos de culpabilidad, y con un exceso de preocupación angustiosa pretenden expiar aquella hostilidad, sin dejar al mismo tiempo de proyectar o transmitir su angustia al hijo. Se ha observado que, en un número elevado de bebés sufrientes de la angustia de la madre, no tenía lugar la aparición de la angustia del octavo mes; ausencia que se considera un síntoma patológico, por cuanto indica un retraso afectivo, que impide al bebé alcanzar la capacidad de distinguir entre el amigo y el desconocido.

¿Por qué y cómo la relación nociva e "insuficiente" perturban el desarrollo de la personalidad del niño y se hallan en la raíz de los trastornos mentales? Al tratarse de un ser desvalido y totalmente dependiente, así como de carecer de un aparato psíquico formado, la madre, con sus cuidados, cumple la función del "yo externo" o por así decir la función psíquica externa de actividad consciente y voluntaria.

Es la madre quien, en esta etapa de la vida, ayuda, dirige y protege al bebé en su necesidad de movilidad, le alimenta, mantiene su higiene, da consuelo en el displacer, aporta las condiciones de esparcimiento y satisface su curiosidad. En este sentido, la madre ejerce de representante del hijo, del yo sin formar de éste, llevando a cabo todas las actividades que conduce a situaciones placenteras y evitando en lo posible el displacer o dolor. Esto, en lo que atañe a lo externo, a la relación del niño con el mundo exterior.

En lo correspondiente al mundo interior del bebé, a la formación y desarrollo de su psico-afectividad, el clima emocional de la conducta de ella dejará una huella imborrable en la región irracional afectiva, influyendo así en la disposición de ánimo del hijo. En su rudimentario psiquismo, el bebé va a percibir las acciones de la madre investidas con una carga afectiva; según sea ésta, así será la huella mnémica que en él quedará. ¿Cómo no quedar huella en el bebé, cuando es el caso que la madre no satisface su necesidad de afecto?

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