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Psicóloga y logopeda

Los factores ambientales en el cabeceo infantil

Las consecuencias de una madre inmadura y hostil hacia el niño

El cabeceo infantil aparece a partir de los seis meses. Cuando esta actividad ocupa la mayor parte del tiempo del bebé, sin dejar apenas paso a otras actividades propias de la edad, es cuando menos preocupante, es cuando menos síntoma de un daño que viene sufriendo. En estos casos, los estudios psicopediátricos han descartado un componente congénito y apuntan, en cambio, a factores ambientales. Si se tiene en cuenta que, en el primer año de vida, lo emocional es el eje gravitacional del psiquismo del bebé; si, por otro lado, el ambiente humano lo constituye casi exclusivamente la madre; consiguientemente, el síntoma apunta a un elemento perturbador aportado por ella.

En la población estudiada de niños de cabeceo infantil persistente se observó que la personalidad de las madres se caracterizaba por su infantilismo, falta de control de las emociones, especialmente, de las agresivas, así como una actitud abiertamente hostil hacia el hijo. Se pudo comprobar que las fluctuaciones cariño-hostilidad se debían a la misma personalidad inmadura de la madre y a su inestabilidad emocional. Se observó en estos niños, expuestos a fluctuaciones rápidas de explosiones de cariño y de hostilidad, un retraso alarmante en su desarrollo, que afectaba a su inteligencia social y a las habilidades manipuladoras, lo que les inhibían en su relación con el medio. Si la base de la posterior relación con el mundo es la mantenida con la madre durante el primer año de vida; si se priva al bebé de la "posibilidad de investir la representación del propio cuerpo en la acción, reacción e interacción" con el cuerpo de ella; si se deja la huella mnémica en el bebé de un infierno vivido con ella; entonces, solo cabe esperar una marcada dificultad o imposibilidad en el niño para la relación satisfactoria con lo que le rodea.

El caso de juegos fecales y coprofagia infantiles no es frecuente. En estudios realizados con hijos de reclusas (366 bebés), a comienzos de los años sesenta, solo se detectaron 16 casos. En los críos afectados, esta conducta aparecía rondando el octavo mes y se mantenía hasta el décimo quinto, aproximadamente. Las observaciones señalaron, como el origen del trastorno, la relación perjudicial para el bebé quien sufría el desequilibrio mental de la madre. Los informes de estos 16 bebés hablan de rasgos depresivos en 10 de ellos, "una expresión facial semejante a la suspicacia paranoide", en cuatro de ellos, y dos de "apariencia de ofuscación catatónica". Se trataba tan sólo de apariencias; nada que ver con una depresión, conducta paranoide o estados de catatonia. El hecho es que estos bebés muestran buena disposición a la relación con aquél que aparece en su ámbito; prueba de ello es el intento de hacerle partícipe de su propia coprofagia.

De las madres, los informes hablan de depresivas, de catorce de ellas, y paranoicas, de sólo dos. La relación de estas mujeres con los hijos se caracteriza por una marcada ambivalencia. Estas madres, al tratar con el hijo, acusaban "cambios de humor intermitentes", pasando de la repulsa hostil a la "solicitud exagerada". En los períodos que reprimían la hostilidad, aparecía la madre amorosa, períodos que eran seguidos por los de hostilidad. Las indefensas criaturas, durante los episodios de rechazo, eran objeto de quemaduras, incluso introducidas en agua hirviendo; se llegaban a golpear la cabeza en el suelo, sin que la madre hiciera por impedirlo, incluso casi morir ahogadas ante la mirada impasible de ella.

¿Qué relación hay entre la actitud afectiva oscilante de la madre y los juegos fecales y coprofagia infantiles? Desde una consideración psicoanalítica el humor depresivo de la madre genera en el niño tendencias depresivas. Cuando la madre se aleja de su bebé, le retira la atención cariñosa y pasa a la fase de hostilidad con el hijo, éste "le sigue -a decir de A. Freud- adentrándose en el humor depresivo de ella". Desde esta consideración, en el niño -se debe suponer por lo observado- se da un estado de bienestar cuando la madre lo colma de atenciones cariñosas y el niño la identifica con el "objeto bueno" o "actitud a favor"; en cambio, la fase de hostilidad la identifica como "objeto malo" o "actitud en contra". En este infierno de desorden, con el que el bebé se encuentra y cuyo horror es inimaginable para un adulto, el niño parece acomodarse, mediante el juego simbólico de "ingerir" y "escupir", con el que se representa las oscilaciones afectivas de la madre. Al paso, la pregunta: ¿por qué heces? Al parecer, por tratarse de "material asequible para el niño" de cuna. Sin embargo, acerca de esta consideración psicoanalítica cabe decir que se trata de una mera hipótesis; en rigor, no es fácil constatar la relación causa-efecto, conducta materna-coprofagia infantil. Lo constatado es el escenario: el bebé y sus juegos fecales", en compañía de una madre hada buena, en ocasiones, madrastra, en otras.

¿Qué decir? El daño está hecho. Lo que puede anidar y gestarse en esa rudimentaria alma infantil sólo quedará como huella insondable de una herida, que la mirada experta identificará en los fantasmas del universo onírico del sufriente, las limitadas capacidades y la conducción sin rumbo, de quien, cuando más lo necesitaba, su madre no le supo querer.

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