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Psicóloga y logopeda

El sentimiento de angustia

El origen de la sensación de amenaza en el individuo y sus tipos de manifestación

Desde una consideración psicológica, la angustia es un sentimiento, es un estado afectivo. De las distintas instancias psíquicas ("ello", "yo" y "súper-yo") es el "yo" el que sufre la angustia. La angustia, como tal estado afectivo, sólo es sentida por el "yo" por la sencilla razón de que, de las tres instancias psíquicas, es el "yo" el que cumple la función de identificar las situaciones de peligro. El "displacer" caracteriza al sentimiento de angustia, si bien no toda situación de displacer genera el sentimiento de angustia en el individuo. La "explosión de angustia" es la reacción a una situación que el individuo percibe como peligro o fuente de displacer.

Cierto que es el "ello" el que genera situaciones de peligro, de displacer, con sus demandas hedonistas. Parte de estas demandas entran en conflicto con las restricciones y prohibiciones de los padres, quienes representan las normas morales y las convenciones sociales. En esta circunstancia generada por el "ello", en el "yo" se despierta el sentimiento de angustia y se ve impelido "a iniciar la inhibición" de los impulsos social y moralmente no aceptados. (En el fracaso de estas inhibiciones se hallaría la etiología de las "psiconeurosis"). Otro rasgo que caracteriza también al ataque de angustia es el aparecer, en determinados casos, asociado a otros síntomas o sensaciones físicas, que tienen que ver con la respiración y el ritmo del corazón.

La angustia es objetiva o "adecuada", cuando se da una situación real y amenazante; aquí, la angustia es la señal y "previene de tal situación". Hay también una angustia -por así decir- subjetiva o "inadecuada", relacionada en este caso con una situación que el individuo percibe como amenazante, cuando es el caso que las condiciones reales no se corresponden con la reacción del sujeto.

El caso de "las explosiones de angustia infantil" se debe a la soledad, a la oscuridad y ante el rostro extraño. Se puede decir que estas situaciones tienen en común la falta de la madre. Los tres casos tienen en común el hecho de que en el niño aparece el sentimiento de "separación" o "falta de la persona amada y anhelada". Las primeras "explosiones de angustia infantil" tienen lugar no antes de los ocho meses ("angustia de los ocho meses"), lo que representa cierta actividad psíquica, si bien rudimentaria. Lo que puede presentarse como una "explosión de angustia infantil" en el período lactante, previo al octavo mes, es la reacción propia y natural a una situación de insatisfacción y el correspondiente "crecimiento de la tensión de la necesidad", por el que se ve asaltado el impotente y dependiente bebé.

Esta "explosión de angustia" es considerada una reacción "adecuada". Se manifiesta mediante el llanto, mecanismo de alarma, propio de la especie humana, para alertar a la madre del peligro que corre el bebé. La madre, con sus atenciones, devuelve el sosiego al bebé, cada vez que "la tensión de la necesidad" aparece, y elimina, así, el displacer que esta tensión conlleva. Es natural que el bebé, en esta relación de dependencia, viva como peligro la ausencia de la madre, y en cuanto el niño la advierta, dé la señal de angustia.

En la etapa que abarca de los tres a los cinco años, en la que el niño comienza a formar su conciencia moral o "súper-yo" -internalización de las normas y prohibiciones sociales impuestas por los padres- surge la tensión entre las tendencias del "ello" o impulsos hedonistas y las exigencias del "principio de realidad" -normas y prohibiciones morales- que representan los padres. El niño, movido por el "principio de placer" o inclinación a satisfacer sus inclinaciones hedonistas, se resiste a romper la simbiosis con la madre. Las imposiciones morales y sociales, llegadas de la realidad mediante la labor educativa de los padres, despiertan en el niño el sentimiento de angustia por miedo a la separación, miedo a "ser abandonado".

La aparición de la instancia psíquica del "súper-yo" va a dar lugar a un cambio en la angustia. Aquel miedo a la separación o abandono de los padres aparece ahora como "angustia moral" o "angustia social", miedo -por así decir- a ser rechazado. Es este un sentimiento de inseguridad -"expulsión de la horda"-, de quien espera ser aceptado, querido, reconocido y correspondido, por quienes él estima importantes en su vida. Ahora, aquella angustia a la pérdida del amor de los padres se ha tornado angustia social, miedo a la soledad. Hay casos graves de pre-adolescentes y adolescentes torturados por este temor. Hay quien sufre el no ser estimado como lo son otros miembros del grupo, con los que se relaciona. Al comprobar, por ejemplo, que su presencia no es tan importante en la celebración del cumpleaños de los considerados "populares", y en la convicción de que es él o algo de él la razón del rechazo, sin el suficiente valor para de decir "no" y siempre temeroso a ser ignorado, se muestra dócil ante la voluntad y caprichos de los "populares". De joven y, después, de adulto, siempre infeliz por temor a la soledad, entenderá la relación con los otros como la obligación de agradarles, a cambio de que le dejen ser "la sombra de sus sombras". Esta actitud de renuncia por agradar a otros, razón de la infelicidad, va afianzando a su vez la dependencia respecto de quienes espera ser estimado en forma y medida que le haga sentirse importante para ellos. Lo habitual, en estos casos, es que semejante expectativa no encuentre la respuesta esperada. En estas condiciones, la desdicha aumenta y, con ello, el esfuerzo renovado por agradar, al tiempo que una dependencia cada vez más servil le tiene atrapado.

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