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Psicóloga y logopeda

La melancolía, un hondo sufrir

Las distintas manifestaciones del estado de ánimo

Son tan diversas las formas como se manifiesta la melancolía, que no es fácil encontrar un común denominador para agruparlas y definirlas con los mismos términos. En cambio, no sería errado decir que se trata de un hondo sufrir. Y, en relación al origen del mismo, también hay dificultad para identificarlo: unos lo ponen en el ámbito somático-cerebral, otros, en cambio, ven solo razones psicógenas.

Como los afectados por drama por duelo, de la persona doliente de hondo sufrir se apodera la apatía, indiferencia por todo lo que le rodea y, encerrada en sí misma, no hay en su alma sentir por los más allegados y, muchos menos, por otras personas. Pero hay un rasgo sobresaliente en este doliente: la pérdida de autoestima. Presenta, pues, los síntomas propios del "delirio de empequeñecimiento": indigna de ser estimada, de limitadas facultades intelectivas, de vileza y de egoísmo, son las consideraciones con las que se mortifica, sin perder por ello ocasión para humillarse ante la presencia de otros. La persona presa en la melancolía se resiste a salir de su hondo sufrir. Se opondrá, por ello, a toda observación acerca de la falta de correspondencia entre los reproches dirigidos a sí misma y su propia realidad personal. Sin embargo, si no se da correspondencia alguna entre la realidad de su persona y los autoreproches; si la propia naturaleza narcisista de la instancia psíquica del yo es contraria a la autohumillación; si, por otro lado, el protegerse del dolor y la búsqueda del estado placentero es el principio de conducta innato a todo ser vivo; si todo ello es así, ¿por qué esta mortificación?

Hay que pensar que los autoreproches y la autohumillación responden a una razón oculta y que ésta justifica que el sufriente de melancolía se resista abandonar su hondo sufrir. Quien, sin aparente pudor, se humilla públicamente es porque anímicamente se encuentra bastante mal. En la literatura clínica se habla de una joven casada quien, "antes de enfermar de melancolía, había sido siempre honrada, hacendosa y fiel". En consulta, habla de ella misma en términos que nada tiene que ver con su elevada moralidad, sino más bien con la mujer carente de tales virtudes. Lo relevante no es tanto que le falte razón objetiva a sus autoreproches, sino que pone de manifiesto la falta de autoestima y, al mismo tiempo, que su vida anímica está pasando por muy mal momento.

En el estado de melancolía lo habitual es que el individuo se mortifique. Es como si el yo se escindiera en dos y una de las partes, erigida en autoridad moral, juzgara severamente a la otra, despertando en ésta el descontento consigo misma. En la terapia, el análisis pone de manifiesto que los reproches más severos los dirige realmente a la persona amada, a quien le ha abandonado, si bien "han sido vueltos contra el propio yo". Una joven casada, decepcionada con el marido y atrapada en la "melancolía", dice no entender cómo su marido ha podido casarse con una mujer sumamente inútil como ella. En esta manifestación de pérdida de autoestima, mediante el análisis, la joven descubre que, en verdad, se está compadeciendo de ella misma por haber dado con un hombre como lo es su marido. Ahora se entiende la aparente falta de pudor, por parecer el sufriente que habla sin ningún reparo de sí mismo y de sus supuestas debilidades, poniendo en cuestión su honradez. ¿Qué proceso ha tenido lugar en este estado de ánimo?

Es la melancolía el hondo sufrir por un "desengaño, inferido por la persona amada". En una circunstancia así se esperaría, de quien sufre desengaño, que dirigiera la actividad anímica a rehacer su vida, mediante la asunción de la realidad.

Pero en el sufriente de melancolía se constata, durante la psicoterapia, una grieta en los pilares de su edificio anímico. La debilidad de su yo favorece la dependencia afectiva. En su desesperación por conservar a quien ha decidido abandonar, el sufriente de melancolía se identifica con el objeto amado, en el empeño por mantener "una comunidad de amor". Pero, a su vez, la identificación con la persona amada despierta en la persona melancólica sentimientos ambivalentes, sentimientos de amor y odio. Esta ambivalencia afectiva bien se ha venido alimentando a lo largo de una relación tortuosa, bien es la consecuencia misma de la ruptura, siempre traumática para quien ha de enfrentarse a su soledad. En el extremo -por así decir- positivo o de amor, se comprueba que la carga afectiva, la que ya no le es posible dirigir al amado real, ahora es "retraída al yo". A partir de esta identificación, "la sombra del amado cae sobre el yo" del traicionado, de forma que los recuerdos de la vivencia y la experiencia compartidas atraerán la mayor parte de la actividad anímica y con renovada intensidad emocional. Este estado anímico agrava considerablemente la dependencia afectiva y a la persona afectada de melancolía le encapsula más si cabe en la tristeza de su alma.

El otro extremo de la ambivalencia de afectos es la manifestación de una venganza por "todas aquellas situaciones de ofensa, postergación y desengaño" sufridas por quien se considera que más pierde con la ruptura. Tanto el odio sentido, la conservación del amado como "objeto sustitutivo" traído mediante la identificación, como la venganza llevada a cabo y la satisfacción que esta procura, es un hecho que todo ello escapa a la conciencia del paciente. Es precisamente esta mortificación, en su condición de inconsciente, la que tiene al paciente de melancolía preso en el sufrimiento. Cabe preguntarse, por qué se resiste a ser ayudado y salir del deterioro anímico que padece. Sencillamente, porque, "por el camino indirecto del autocastigo", consigue vengarse de quien le ha abandonado, venganza que le procura inconscientemente un placer mórbido, al que no está dispuesto renunciar. Del sufrimiento sólo puede salir cuando rompe la identificación y asume la propia realidad. Hasta entonces, quienes realmente sufren son las personas que más le aman.

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