La candidatura del exgeneral Julio Rodríguez al Congreso de los Diputados por la provincia de Almería no ha conseguido los objetivos políticos que perseguía Unidos Podemos, pero ha devuelto a la actualidad el término cunero, aplicable a aquellas personas que se presentan a unos comicios como candidatos por una circunscripción electoral a la que no están vinculados por nacimiento o residencia.

Este antiguo militar no ha podido finalmente seguir los pasos que hace más de cien años dieron personalidades insignes, como el escritor José Augusto Trinidad Martínez Ruiz (más conocido como Azorín) o el abogado veigueño Augusto Barcia Trelles, gran orador, agudo intelectual, ensayista y persona comprometida con la masonería internacional. Ambos fueron diputados al Congreso por Almería en las primeras décadas del siglo XX, y nos parece oportuno recordar en estas líneas la relevante trayectoria política de Barcia (Vegadeo 1881-Buenos Aires 1961), una figura que inexplicablemente ha quedado enterrada bajo la polvareda de la historia.

En el mes de febrero de 1914 los periódicos nacionales daban noticia de la proclamación de Augusto Barcia como candidato del Partido Reformista en el distrito de Vera (Almería). Allí, donde era un completo desconocido, debía competir por un escaño con el conservador Manuel Giménez Ramírez, persona de gran arraigo en la provincia. Esta candidatura de Barcia en tierras almerienses constituye un claro ejemplo de cunerismo (conocido hoy también como paracaidismo político), un fenómeno especialmente frecuente por aquellos tiempos en Almería, pues entre 1903 y 1923 tan solo siete de los dieciséis diputados allí elegidos eran autóctonos.

Juntamente con el cunerismo, caracterizaron la política de aquella época la falta de transparencia y el protagonismo de las redes caciquiles, sobre todo en el ámbito rural. Así las cosas, la confianza de los electores en el sistema era escasa, y las protestas, enfrentamientos e impugnaciones abundaban. El propio Augusto Barcia combatió judicialmente la elección de su contrincante en aquellas elecciones de 1914, y solicitó que le fuese retirada el acta de diputado al considerar que la había logrado con prácticas fraudulentas.

Argumentaba Barcia para impugnar las actas electorales que se habían contabilizado votos de muertos y ausentes, que unos apoderados suyos fueron detenidos y que en uno de los colegios se adelantó la hora del escrutinio para que no llegase a tiempo un notario que él había requerido. Pese a las sospechas que levantó el proceso electoral en Vera, la demanda de Augusto Barcia no fue admitida y el abogado veigueño tendría que esperar otros dos años, hasta abril de 1916, para convertirse en diputado nacional.

Su debut como orador en el Congreso de los Diputados se produciría en la sesión celebrada el 16 de mayo de 1916. Fue una intervención exitosa, a decir de los cronistas parlamentarios, que mayoritariamente saludaron la presencia del joven diputado destacando sus especiales habilidades oratorias: "El joven representante reformista, que viene al Parlamento precedido de gran prestigio ateneísta, ha estado feliz de palabra. Es un orador culto, correcto, amplio y fácil. Así lo reconocen los periódicos independientes de la noche. Aunque la Cámara estuvo algunos momentos distraída, no dejó por ello de reconocer la intensa labor preparatoria que había hecho Barcia para impugnar el acta de Quintanar de la Orden y sus relevantes condiciones para las lides parlamentarias. El nuevo diputado ha sido muy felicitado por el jefe y los demás diputados de la minoría reformista, como por otros muchos parlamentarios que han escuchado su brillante oración de esta tarde" ("El Noroeste", Gijón, 17 de mayo de 1916).

No tendría que transcurrir mucho tiempo para que Barcia Trelles pasase a ser considerado como el más prestigioso orador del Congreso en materia de política internacional. A tal punto llegó su fama que generó un hecho que hoy no dudamos en calificar como insólito: sus propios electores en el distrito almeriense de Vera decidieron realizar en 1917 una suscripción popular con el fin de recoger fondos que permitiesen editar en forma de libro los discursos más destacados que el político veigueño había preparado y pronunciado ante la Cámara. Como bien indicaba la prensa de la época, "esto de que los electores de un diputado se reúnan, recauden fondos y coleccionen en un volumen elegantísimo, editado y encuadernado a todo coste, los discursos de su representante en la Cámara popular es absolutamente nuevo en España" ("El Liberal", Madrid, 7 de agosto de 1917).

El veigueño Augusto Barcia Trelles sería tiempo después ministro de Estado en cuatro gobiernos sucesivos (los que presidieron Azaña, Casares Quiroga, Martínez Barrio y Giral) e incluso llegaría a ser investido por unos días como Jefe del Gobierno español. Se trata, por tanto, de una persona de gran envergadura política, pero que destacó además en otras múltiples facetas: abogado, gestor, periodista, escritor... Por su espíritu, por su cultura, por su emoción, por sus ideas, por su verbo, por su fe y entusiasmo en la libertad de los pueblos, la de Augusto Barcia es una de las figuras más atractivas del siglo XX español. Pese a ello, gran parte de su labor permanece aún hoy olvidada, y la historiografía literaria y política no ha hecho justicia a este personaje que desempeñó un importante papel protagonista en el pasado y conflictivo siglo, y que empezó sus andanzas políticas como cunero por Almería.