Si al individuo le toca inventarse, dada su condición de realidad inacabada; si está impelido a decidir, en cada instante, cómo ha de ser su vida, bien oponiéndose bien acatando lo que otros han pensado por él y para él; si es un ser inclinado a conservar el objeto amado y, por ello, a sufrir como las más dolorosas aquellas heridas infligidas al "yo"; si la realidad del ser humano es así, ¿por qué, entonces, la servidumbre profesada por algunos individuos a la persona que les humilla, hasta el extremo de perder plena y totalmente la autoestima?

A una mirada no experta sorprende que, una vez el dominante de la relación abandona, la persona subyugada y humillada, al sentirse desvanecer en su ser, le implore que le permita seguir a su lado como mera sombra de su sombra; tan solo, difuminada sombra. La razón de esta conducta, aparentemente paradójica, hay que buscarla en la misma cimentación de la estructura anímico-afectiva de la persona que pasa por este sufrimiento. Hay orientaciones, dentro del campo de la psicología, que apuntan, como raíz del sufrimiento, a razones de índole sociocultural. Lo que se observa, en la psicoterapia, es que los aspectos socioculturales son más bien circunstancias coadyuvantes, nunca determinantes en la formación de este estado anímico. Lo que sí se puede constatar es que este sufrimiento está repartido por igual entre individuos de elevado y bajo poder adquisitivo, entre mujeres y varones, entre personas de diferentes orientaciones; este sufrimiento no hace discriminación ni por razón de clase, ni de género, ni orientación sexo-afectiva. Los aspectos socioculturales solo son coadyuvantes; porque, lo relevante, en estas personas hundidas moral y anímicamente en su desdicha, es la disposición a sufrir este mal del ánimo, disposición que tiene el origen en graves deficiencias o daños en la misma cimentación de su estructura psíquico-afectiva.

Qué duda cabe de que hay un marcado componente sociocultural. Y ello es así por la propia naturaleza psico-biológica del hombre. El ser del individuo humano es de naturaleza social, de forma y manera que, sin los cuidados de los otros miembros del grupo, el individuo no sobreviviría más allá de unas pocas horas a su nacimiento; incluso, recibiendo satisfactoria respuesta a las necesidades vitales, si no recibe el alimento afectivo, el individuo no desplegaría su ser humano, llegando al estado anímico grave de la enajenación mental total e irreversible. Efectivamente, lo social es coadyuvante; pero lo es en razón del carácter de cada uno de los componentes del grupo que al individuo le ha tocado en suerte.

Así, el papel social no lo es en tanto en cuanto tal, sino en razón del grado de madurez afectiva que caracteriza a cada uno de los individuos del grupo, que influirá grandemente en la firmeza y consistencia de los lazos afectivos que les pueda unir. Según sea la naturaleza y consistencia de esta red relacional-afectiva, el recién nacido puede disfrutar bien de una acogida auténtica, la propia de quien le va a considerar como algo muy suyo, "lo suyo", bien, para su desdicha, de una acogida templada, falta de tono vital. Cuando es el caso de este segundo extremo, la vida adquiere tintes de inautenticidad, y el alma del individuo se ve zozobrar a la deriva sin fin. De ahí la urgencia de asirse afectivamente a alguien, como bocanada de aire para náufrago en la propia vida.

El hecho es que hay personas que no pueden ser felices, que desconocen qué es ser feliz con otro, a las que la vida no les pertenece, vida sometida, como lo está, a la voluntad despótica de quien decide el modo y medida en el que corresponderle. Si bien es cierto que en la relación de pareja, en cada uno de los componentes, está presente el deseo de compartir la vida con la otra persona de la relación, así como esperar ser correspondido y estimado en igual medida, no, por ello, el individuo superpone este ámbito de su vida a otros y convertirlo en exclusivo y excluyente. Quien llega a convertir la relación con la persona amada en única y excluyente, hace de ésta el objeto único e idea obsesiva de su pensamiento, centra y agota su universo en ella, y su voluntad deja de ser propia para someterla a la de la persona amada, es porque su realidad anímica es indigente. Esta gravitación en espirar, en rededor de la persona amada, pone de manifiesto -por así decir- cierta anemia anímica de un yo que, con avidez, necesita ser querido por otro.

Estas personas se ligan -coloquialmente, se enganchan- a personas egocéntricas y dominantes, personas nada dadas a corresponder o vivir la relación como un "venir a ser los dos una sola carne", un proyecto común en igualdad y reciprocidad, personas más despóticas si cabe con quien se le entrega incondicionalmente.

La pregunta sale al paso: ¿Por qué la necesidad de ligazón de aquella a ésta? A una mirada no experta es posible que se le escape el drama del dominante y que silencia para sí mismo. Es éste tan débil y ávido de aceptación y amor como lo es quien a él se subyuga. Es éste el otro rostro de aquél; aquél, la cara oculta de éste.

Si bien la realidad anímica de ambos es compleja, así como lo es la relación de ambos, se podría representar ambos orden de cosas, vida anímica y relación, en la figura dialéctica señor-siervo: el señor necesita del reconocimiento del siervo; el siervo subyuga al señor en la dependencia y necesidad de reconocimiento.

La relación se rompe cuando uno de ambos encuentra un tercero que responde más satisfactorias a los anhelos de su débil alma; mientras, la relación tiene sus subidas y bajadas, sus idas y venidas.