Un día de primavera de la década de los cincuenta, del siglo pasado claro, llegó la noticia a mi aldea de La Arquera de que venía el Gobernador Civil de la Provincia, que se llamaba Francisco Labadíe Otemin, y el vistor del pueblo nos avisó, casa por casa, de que a las doce de la mañana deberíamos de estar todos los vecinos al borde de la carretera que va de Salas a Pravia por Mallecina y Malleza, para aplaudir cuando pasase el coche oficial que llevaría un banderín bien visible en la parte delantera. El vistor era muy apreciado y obedecimos todos. Hombres y niños -mujeres menos porque era la hora de hacer el pote- nos situamos con suficiente antelación junto a la Fuente del Valle. Pasaron unos guardias civiles motorizados como alma que lleva el diablo y un poco más atrás divisamos un coche negro con la banderola oficial, pero no se detuvo. Y no hubo aplausos.

El gobernador y su comitiva siguieron hasta Malleza, donde se inauguraba el teléfono público, aquel de color negro, con rabil, metido en una caja colgada de una pared de Ca Cardín. En La Arquera, cuyos vecinos pagaron la cuota correspondiente, no se instaló el teléfono porque no era parroquia, pero los postes pasaron por medio de la llosa estorbando lo suyo hasta el otro día, como quien dice.

Al día siguiente pedí permiso paterno para venir a Salas a comprar LA NUEVA ESPAÑA y leer qué había ocurrido en Malleza porque había visto pasar, después del Gobernador, un coche que traía un cartel con el nombre del periódico. Tras realizar el viaje por Carbayal, Priero, Villamar y entrar en Salas, fui a comprarle el diario a Pepín de Pilarina. Me costó LA NUEVA ESPAÑA un real de aquellos de una moneda con agujero en el centro. Encontré pronto la crónica que firmaba Juan Luis Cabal Valero con fotografías de Luis Tosal. Quedé consternado porque a La Arquera la denominaban como La Barquera, con "b" de burro. Y a Malleza, con la categoría de parroquia y todo, la nombraban como Mallera. Con "r" suave, pero una "r" como la copa de un carbayo del campo la feria de San Pedro de Mallecina.

Cuando llegué de regreso a La Arquera tras treinta kilómetros de andadura en alpargatas -ida y vuelta, claro- paré en la tienda de Casa El Che, le llamábamos El Che porque había emigrado a Argentina y para llamar decía "oye, Che", y le pedí a Alfredo papel de carta. Escribí, sin decirle nada a la maestra, lo que estimé justo y oportuno para Cartas al Director de LA NUEVA ESPAÑA, dejando bien claro que La Arquera era La Arquera y Malleza, Malleza. No se publicó, pero sí aparecieron cuatro líneas como fe de erratas "puntualizando" que Mallera era en realidad La Malleza y que La Arquera no era La Arqueta. Quién me iba a decir que muchos años después, ya en la redacción de LA NUEVA ESPAÑA en Oviedo, tuve ocasión de desquitarme suficientemente.

Ahora, muchas décadas después, pienso que aquella carta, un tanto rebelde, fue la antesala, lejanísima en el tiempo, de lo que ahora me va corresponder hacer, pero con carácter plenipotenciario y con todas las bendiciones y sacramentos: defender el buen nombre en todo momento y circunstancias de Salas, el concejo donde me nacieron hace un montón de años, la tierras y pueblos más hermosos del mundo y el paisaje y paisanaje en el que trabajamos, vivimos y soñamos varios miles de salenses.

He buscado estos días en bibliotecas y hemeroteca y en eso que llaman redes sociales qué es, en esencia, ser cronista oficial de una villa y un concejo. Vienen reglamentos, distinciones, nombres de cronistas oficiales muy famosos, generalmente ligados al periodismo, pero nada concreto. Y como tuve la suerte de trabajar en mesa colindante con la que ocupaba el anterior cronista oficial de Oviedo, Manolo Avello, voy a poner en práctica si a todos os parece bien y llegamos a eso que los políticos llaman ahora un consenso, pero que yo me quedo con lo de antes, cuando se daba un apretón de manos dos paisanos al cerrar el trato de una vaca, acuerdo que iba a misa. Digo que al lado de Avello yo aprendí mucho, pero fundamentalmente una cosa, y es que aquel entrañable compañero de LA NUEVA ESPAÑA, cuando tenía que defender con ímpetu y vehemencia algo de su concejo o ciudad no le llamaba Oviedo, sino Oviedín. El Oviedín del alma, llegó a escribir. Los dioses me libren de llamar Salinas a mi Salas porque sería una cursilada y además se enfadarían en Castrillón, que tienen su propio Salinas, y no vayamos a entrar en conflictos intermunicipales porque el alcalde no me lo perdonaría.

Pero el nombre de Salas tiene la virtud de que se lee igual de izquierda a derecha que viceversa. Es un nombre que tiene un equilibrio total. Es un nombre perfecto. Y además suena bien. O eso me pareció a mí siempre cuando, lejos del terruño, en los años de añoranza, lo primero que hacía los lunes era ver cómo había quedado el Deportivo Salas el domingo.

Así pues, el santo y seña de la misión que me encomendáis va a ser Salas, su territorio, sus pueblos y por encima de todo, sus vecinos. Pretendo conseguir que tengan voz, escrita y publicada, los que no la han tenido hasta ahora; intentaré llegar, mientras tenga fuerzas, a todos los pueblos, pregonaré y publicitaré cuantos acontecimientos queráis y, sobre todo, escucharé vuestras historias, incluso aquellas que os parezcan insignificantes. Porque en cada historia hay siempre detrás una persona, un ser humano que merecerá la atención del cronista oficial, ya que hay algo que nos une a todos desde que hemos nacido: ser de Salas, amar a Salas y hacer lo que sea necesario teniendo como meta algo muy sencillo pero vital, un Salas mejor en todas sus variantes.

Justamente esa ha sido la estela dejada por mi antecesor, don Luis, párroco y cronista, no sabría decir en qué orden, que dejó escritas brillantes páginas sobre Salas y que ahora servirán para que este su alumno se ilustre un poco, que buena falta le hace ya que no soy historiador, ni filólogo, ni arqueólogo, ni investigador al uso. Sólo soy, teniendo en cuenta que el periodismo es un oficio, un sencillo artesano de la palabra escrita.

Finalmente me queda, no ya como cronista oficial de Salas sino como vecino que ha vuelto a su tierra, como amigo, como compañero del alma, compañero, que diría Miguel Hernández, como salense de raíces profundas, el expresar mi agradecimiento. Gratitud al alcalde y concejales que presentaron y votaron sí a la moción con mi nombre; gratitud a los vecinos de todo el concejo, gratitud a los que estáis hoy aquí y mi gratitud se extiende de un modo especial al portavoz del Partido Popular por haber escrito mi biografía de una forma tan afectuosa ocupando tres muy apretadas páginas cuando no es merecedora de más de un par de líneas con el nombre y apellidos para la obligada identificación. Mi gratitud a todo el concejo por haberme concedido el honor de representar a Salas con mi modesta pluma que empuñaré con el ímpetu que Don Quijote lo hacía con su lanza para desfacer los entuertos que encuentre por los caminos de mi concejo. Porque Salas, amigos, será siempre el objetivo de mi escritura y defenderé esta tierra nuestra como se defienden las causas justas y nobles. Con el alma, con el corazón y... ¡con la palabra! Muchas gracias.