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Psicóloga y logopeda

Las creencias

Reflexiones sobre el sistema de certezas y opiniones que conforma la conciencia de cada individuo

Es un hecho que hoy se invierte tanto en recursos humanos como en materiales bien para influir en la creencia acerca de las cualidades de un producto de consumo, bien para influir en la conciencia del votante para que apoye a determinado candidato político. Es también un hecho que el número de personas cuyas vidas están atormentadas por "creencias disfuncionales" es bastante elevado. En cambio, las aplicaciones y resultados de las investigaciones en este orden de cosas distan de ser todo lo felizmente deseable que esperan los afectados y sus familiares. Cierto que, en este ámbito de la realidad, el grado de la complejidad propia del psiquismo humano es mucho más elevado.

La conciencia está constituida por las creencias que acerca de la realidad toda se tiene, y sin éstas no se entendería nada. Estas creencias o manera de entender la realidad es el resultado de la actividad asociativa que la corteza cerebral se encarga de llevar a cabo. Si para orientarse en la vida fuera necesario atenerse y contar con los datos solos de las sensaciones o intuiciones sensibles, sin necesidad del proceso asociativo, habría que considerar que el hecho de disponer de la corteza cerebral, que hace posible el pensamiento, representaría una carga que cuando menos entorpecería la vida del individuo. Sería como la mochila pesada cuyo contenido no tiene ningún uso y aplicación para el caminante.

El hecho es que el individuo se mueve en razón del conjunto de creencias, por el que se orienta. Hasta tal extremo es así que es inimaginable un hombre sin creencias; cabe decir que, en un hombre, sus creencias y su identidad personal vienen a ser una y la misma cosa. ("Si me das a elegir -dice la canción- entre tú y mis ideas / sin las que soy un hombre perdido?"). En rigor, habría que decir: "sin ideas" sólo lo es cualquier otro ser, nunca un ser humano. Sería suficiente comprobar la conducta de un individuo a quien se le ha hecho creer que, en determinado lugar, encontrará una fortuna en el interior de un barco hundido y, ya en faena de búsqueda, se le hace caer en la cuenta que la creencia, razón de su actividad, es falsa. Se podrá comprobar, en este caso, cómo cesa inmediatamente la búsqueda del tesoro perdido. Consiguientemente, un hombre es su propio sistema de creencias y, en razón de ello, se conduce y hace su vida al dictado de esta cosmovisión, cosmovisión que define su conciencia, lo que él es, su ser. Si se sabe de una persona qué es lo que cree, entonces se puede estar en lo cierto que se le conoce, pero si no se sabe cuál es su sistema de creencia, entonces será un perfecto desconocido a la mirada de quien le contempla. Hay una tercera posibilidad respecto al sistema de creencias de una persona, además de estas dos, las correspondientes a la de conocer y a la de ignorar el sistema de creencias, a saber: la idea falsa que de esta otra persona se tiene. En este caso, la falsedad se da en razón a dos circunstancias: falsedad por accidente, en la que el contemplador se forma una idea falsa como consecuencia del error en la percepción de la persona contemplada; o falsedad por intención, la segunda circunstancia, donde la persona observada confunde a sabiendas a su contemplador, dando lugar a que se forme una idea falsa formada sobre el verdadero sistema de creencias con la finalidad de ocultar éste, el que verdaderamente le define como hombre, como persona.

Las creencias que conforman la conciencia de una persona son de tres clases: creencias acerca del mundo que le rodea, creencias acerca de sí mismo o imagen formada de sí mismo, de cómo es y quién es y, en tercer lugar, creencias de índole moral y existencial, creencias, pues, acerca de lo que debe ser la realidad que le rodea, así como de lo que él mismo deber ser y hacer.

Las creencias del primer grupo sirven al individuo para ajustarse al orden de cosas que constituye el mundo que, en suerte, le ha tocado vivir, y el modo cómo conducirse y qué esperar de los íntimos, los circunstanciales y los periféricos al horizonte de sus intereses. Las de segundo grupo las constituyen vivencias propias; pero, es el caso que parte de éstas han tenido lugar siendo en el universo humano, al que pertenece; parte de esta imagen de sí mismo es el reflejo que los otros le devuelven de su ser y modo de ser, es el reflejo de sí mismo que los otros le hacen creer. Al tercer grupo pertenecen las creencias que definen la altura moral que una persona es capaz de alcanzar porque, en razón de ellas y en relieve sobre el fondo configurado por las otras dos constelaciones de creencias, son ellas las que guían al individuo en su propio "modo de ser y de existir". Consiguientemente, para saber por qué un individuo se conduce así y no de otro modo, solo se requiere conocer su ser, esto es, su sistema de creencias; en otros términos, en las creencias se encuentra el motivo último de la conducta de un individuo. Igual que en el orden físico, las fuerzas permiten la explicación causal de los fenómenos, las creencias ofrecen la explicación causal del comportamiento de la persona. Y ello es así porque el individuo tiende a establecer una identificación entre la creencia, en tanto en cuanto contenido de conciencia, y aquello que representa.

¿Qué decir de aquellas personas atormentadas por "creencias disfuncionales"? Para dar respuesta a esta pregunta se hace necesaria una aproximación a la condición laberíntica del alma humana.

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