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La ventana

Escenas de aquí

Las sensaciones que deja el verano

Un día cualquiera del mes de agosto tomo la solemne decisión de pasar una mañana en una playa cercana. Me gusta contemplar el horizonte donde el azul marino se confunde con el azul celeste. Me gusta pasear por la arena, sentir la caricia del nordeste y, me gusta, bañarme cuando un rayo de valentía me infunde el valor necesario para vencer el contacto con las gélidas aguas del Cantábrico. Lo que no acabo de encontrar es la forma de ocupar el tiempo que se pasa en la playa. Pese a ello no renuncio a ir esporádicamente y hoy es un día de esos.

Siento el tañer de unas campanas que señalan que es el mediodía, el cielo luce sin nube alguna, el sol anuncia que castigará sin piedad. Las olas van y vienen con la cadencia acostumbrada. La primera observación que me detiene es que no veo a nadie haciendo el baño, será que aun no es la hora oportuna. Tampoco observo practicantes de deportes.

Al fin piso la arena y mis descalzos pies me llevan al borde del agua que trato de evitar, fijo mi atención en dos mujeres, de mediana edad calculo, con sus cuerpos extendidos en sendas toallas, tienen una postura tan poco natural que parecen inmovilizadas por grilletes anclados en la arena. No lejos se ve un niño inmóvil, sentado en la arena cerca de un pequeño hoyo, tiene la mirada perdida, diríase que no se está divirtiendo y que su presencia en la playa se debe a la imposición de sus progenitores.

Con idéntica dirección a la mía caminan cuatro caballeros en animada conversación. Sin pretenderlo escucho el contenido de sus disertaciones, que no es otro que la complicada situación política española.

Me apetece tomar algo, así que me dirijo al chiringuito más cercano. Me cruzo con una persona del servicio de limpieza. Hacer trabajar a esas horas, en medio de un marasmo de personas ociosas, y con riguroso uniforme, lo considero humillante para el obrero. Me sirven un vino, que tras el primer sorbo me resulta repugnante. Hago una inspiración profunda, tratando de inhalar una buena parte del Cantábrico y dado que cada vez llega más gente, todas ellas desoyendo las indicaciones sanitarias, voy a optar por dejar mi sitio libre.

Otro día volveré. Ya de regreso voy pensando en el invierno.

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