Lo cierto es que los ayuntamientos de la Asturias rural no se distinguían en aquellos tiempos de mediados del siglo pasado precisamente por mejorar las infraestructuras, pero tampoco abusaban de los vecinos con impuestos, ya que se limitaban a tres, esto es, la chapa del carro, la matanza del cerdo y las plagas del campo. Este último fue una novedad porque no lo hubo hasta que llegó el escarabajo de la patata y, además de comprar aquella saquina con polvos azules para mezclar con el agua y sulfatar con una escoba, había que abonar en el Ayuntamiento una tasa.

Para el impuesto municipal de la chapa del carro, que, por cierto, era de hojalata y valía para reparar las madreñas, no había escapatoria porque, más o menos, existía un censo sobre estos vehículos de tracción animal, ya fuese el carretón moderno, el del país que rinchaba o el de "fucicu" estrecho, más antiguo que la orilla del río. Al estar censado ese parque móvil en el Ayuntamiento, no había quien lo librase de la tasa correspondiente.

Pero al llegar el fin de año se hacía el San Martino -matanza del cerdo, con perdón- y ahí entraba la picaresca que permitía amortizar una gran parte de lo que se había pagado por la chapa del carro y las plagas del campo. La operación consistía en matar dos cerdos y declarar sólo uno. Había que avisar al pesador, se le invitaba a merendar, pesaba el animal ya en frío y en canal, y el quid de la cuestión estaba en esconder entre la hierba de la tenada el otro cerdo que no se declaraba. Todo eso era lo que se llamaría presión fiscal municipal. La nacional no había sido inventada.

Para que el cerdo, llamémosle clandestino, no lanzase a los cuatro vientos sus gruñidos se le tapaba el hocico con un saco. Pero había otro problema que, al menos en un lugar que yo me sé, motivó que se descubriese todo el pastel. Ocurrió que cuando el pesador municipal ya se marchaba, un niño de la casa le preguntó al de la romana: "Guey, ¿marchas sin pesar el outro gochu"?. Me consta que el niño fue calurosamente felicitado por su padre, allí de cuerpo presente, ante el pesador que ya se iba con la romana al hombro escaleras abajo.