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Psicóloga y logopeda

La proyección

La tendencia a enfocar en el prójimo los reproches a uno mismo como mecanismo de defensa

Es frecuente oír en una conversación coloquial, dirigido al interlocutor y a modo de reproche, la expresión "¡no te proyectes!". En el ámbito de la clínica y de la ciencia de la conducta humana, "la proyección" se entiende como uno de los mecanismos de defensa del yo ante lo que se considera una amenaza externa. Hay situaciones en las que el mecanismo de defensa consiste en la "proyección de la culpa" en terceros. Aquí, el individuo se protege frente a una responsabilidad que no se asume como propia, por miedo a ser reprobado y, como consecuencia, que le sea retirado el afecto, aceptación que, inconscientemente, su débil yo vehementemente necesita.

También, como mecanismo de defensa, al individuo le "sirve para resolver un conflicto afectivo", mediante el procedimiento de proyectar "al exterior percepciones interiores", percepciones que mortifican su vida anímica. En estos casos, el conflicto afectivo tiene su origen en sentimientos por los que el individuo teme ser reprendido, o deseos que socialmente no son aceptados. Ambos contenidos anímicos despiertan en el individuo el temor a no ser aceptado o querido y es, mediante el mecanismo de defensa de "la proyección", como el yo resuelve inconscientemente su situación de tensión afectiva.

Aunque aparentemente se dé una contradicción en términos, el amor es egoísta; consiguientemente, el propio yo, objeto de amor, nunca se destruye. De ahí que todo aquello que llegue a causar una herida narcisista -en término coloquial, en el orgullo o vanidad- se vive como una amenaza cuyo dolor no es fácil sufrir. Al narcisista, de andamiaje anímico sin anclaje afectivo firme, le asalta la inseguridad ante la posibilidad de no ser aceptado o amado. Frente a semejante amenaza, se acoraza en la idea que de su yo o imagen que de sí mismo se ha formado. Asomarse al espejo, sin mediar la coraza de la imagen deformada de sí mismo, se le hace insufrible, insoportable.

De ahí que cualquier reproche o desaprobación lo viva como una amenaza. En estos casos pone en los otros los sentimientos moralmente no aceptados, los errores y todo aquello que en él hay y que puede ser motivo de desaprobación o alejamiento de los otros. Cuanto más alejada de la realidad personal sea la percepción que de sí mismo se ha formado, más inseguro su yo real y, consiguientemente, más vulnerable y más dependiente de la aceptación, aprobación y estima de los demás. Tras la máscara de déspota y caprichoso intransigente hay un alma débil, muy débil, temerosa de no ser aceptada, querida, y entiende la subyugación de quienes les rodean como admiración y reconocimiento por su persona. A las personas que tratan con él las convierte en diana de sus proyecciones, y a ellas dirige las más duras recriminaciones. Pseudólogo, fantasma en su propia quimera, sufre atormentado, temeroso de que alguna fisura en la imagen forjada de sí mismo le permita ver el rostro de su propia realidad. En otro orden de su vida personal, esta avidez por la aceptación de los demás le convierte, a su vez, en sumiso mendigo de la aprobación de sus superiores.

En el ámbito familiar se suele dar, por así decir, otro tipo de proyecciones. Hay padres que proyectan en sus hijos las heridas sufridas en su pasado infantil. Si bien, esta forma presenta dos rostros: el cruel, el de padres que no pierden ocasión para recordar a los hijos el sufrimiento pasado en su etapa infantil y lo conveniente de hacerles pasar por ello, porque "la vida es una selva" y hay que tener el corazón duro o razones similares. El rostro amable se expresa en los términos siguientes o similares: "No quiero que mi hijo pase por lo que yo he pasado?" (Otra expresión de este rostro amable es el del altruismo como en el caso de "la joven altruista"). Hay también padres que esperan alcanzar una satisfacción, a través de los hijos, a sus fracasos personales, bien en el orden profesional, bien conyugal, bien social. De ahí que el más mínimo fracaso o traspiés en la trayectoria del joven lo vivan con intensidad dramática, mortificándole con recriminaciones dolorosas y exigencias excesivamente estrictas.

Estas proyecciones se observan también en la persona envidiosa quien, poseyendo "algo valioso, teme la envidia ajena, proyectando a los demás la misma envidia que había sentido en el lugar del prójimo". Otro rasgo de esta proyección es la desconfianza en los otros, convencida de que alimentan la intención de dañarle.

Es característico de quien lleva a cabo las proyecciones como mecanismo de defensa inconsciente, ver los propios motivos e intenciones en el interlocutor, así como justificar los propios errores haciendo responsable de los mismos a terceros. Desde una consideración clínica, los reproches dirigidos a otras personas de su entorno son interpretados como el velo tras el que se esconde "reproches de igual contenido" que, inconscientemente, dirige a sí mismo.

Ante la objeción de que semejantes reproches dirigidos a su interlocutor no son objetivos, responderá señalando algún "defecto real" de quien ha convertido en pantalla de sus proyecciones, para así justificar las reprobaciones y negar que se trate de una proyección subjetiva. Se conducirá como "la institutriz de Dora", quien, enamorada del padre de familia, animaba a la hija de éste a que diera a conocer a su madre la infidelidad del padre con una amiga de la familia, al tiempo que reprobaba la conducta de la dama implicada en la infidelidad. La condena moral de la institutriz a la amiga de la familia, curiosamente, era la misma recriminación que, inconscientemente, le hacía a ella su propia conciencia moral por amar a quien era hombre de otra mujer y padre de familia.

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