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Director del IES de Vegadeo

Foro y educación

Un espacio para compartir ideas

(...) Foro y educación son dos palabras que significan juntas y que merecen un mismo comentario. En primer lugar, creo que dicen que nos atrevemos a considerar la educación como un espacio compartido y dinámico de ideas y de personas, un flujo continuo de verbos, de rostros y de labios que deciden salir a confundirse y a reivindicarse en público, a medirse y alborotarse libremente con sus semejantes a través del diálogo. Porque eso es precisamente el foro, esa preciosa oportunidad antigua que también llamamos ágora y que también llamamos plaza, un espacio definido para que se produzca la ciudad y se reúnan sus habitantes para expresarse, para discutirse, para dudarse y civilizarse. Lejos del palacio y del templo, justo al otro extremo del rey y de dios, el ágora y el foro son el espacio público, la geografía humana, el sitio común, el lugar donde entre todos puede suceder la democracia. Nada más alejado del foro que el silencio; nada más extraño a la cultura que la imposición; nada más ajeno a la educación que los prejuicios y los argumentos de autoridad. Por eso educar tiene que consistir necesariamente en proteger el foro, en defender los valores que este espacio representa y que solo en él se escenifican, educar es atender por encima de todas las cosas a esta plaza pública donde podemos discutir en igualdad nuestro modelo del hombre. El foro necesita para sobrevivir de un modelo educativo capaz de todos, una forma de cultura construida en la igualdad y en la participación, una pedagogía basada en la comunidad y destinada a toda la sociedad.

Y esa es la marca de nuestra cultura, la certeza laica de que solo la plaza es el principio de la sabiduría. Hemos decidido fundar el conocimiento en nuestro encuentro en igualdad con los demás, en nuestro suceder con los otros en los espacios de la ciudad y de la palabra, en ese lugar accesible y cotidiano donde se producen los asuntos y los rumores del mundo, en esa cosa pública o república donde la coherencia del discurso es la única ley por la que pueda discurrir un modo digno de ser humano. Todos los caminos nos conducen al foro, a ese centro común donde late la vida, y tenemos que educarnos en la plaza en el trato continuo de los otros, en ese diverso ir y venir de nuestros semejantes, tenemos que aprender el ajetreo y el ruido de las calles, atrevernos a la condición inestable del hombre, saber descifrar el universo mezclados con el olor del pan y los múltiples trabajos de la ciudad. Porque foro y educación significan también un compromiso con la realidad. Hoy las condiciones tecnológicas han hecho que el foro tenga dimensiones planetarias y la comunidad que sale a la plaza a relacionarse con sus semejantes es sencillamente el mundo entero. Y, como ha sido siempre, la educación es un asunto estéril si no consigue relacionarse con el mundo real de sus destinatarios. Foro y educación se necesitan, se cruzan y se entremezclan para evitar serendipias y casualidades. Ambos están condenados a un diálogo permanente, a un encuentro amable que convierten el espacio público y el murmullo común de los hombres en el único lugar posible donde nos suceda la vida. Y por eso si digo educación, también digo amor y digo libertad.

Tenemos que seguir insistiendo para que esté plenamente justificada nuestra felicitación, nuestro reconocimiento por compartir este modelo educativo que tiene su asiento en la plaza, en el foro, ese lugar geográfico y mental donde se produce el diálogo entre los hombres y se gestionan en común los asuntos de la ciudad. Gracias a todos por acudir a esta plaza global a intercambiar nuestras ideas con nuestros semejantes, a construir desde ella soluciones consensuadas para los problemas de todos, gracias por atrevernos a abrir los libros y sacar las palabras más hermosas a la calle para regalo y contacto de toda la sociedad. Y solo me queda ya recordarnos que nuestro compromiso de educar en el foro tiene que continuar con igual eficacia justo al terminar este acto, justo después de estas paredes, justo detrás de estas palabras. No diré nada nuevo si digo que nuestra plaza, nuestra ciudad, nuestro mundo, está habitada por la intolerancia, por la desigualdad, por la violencia. La recorren individuos que quieren cercarla con muros, con fronteras, con vallas que impidan la libre entrada a sus legítimos ciudadanos. Salgamos, pues, al foro, esta vez al de verdad, al de la calle entera, al del hambre y los desahucios, y sigamos educando allí en común en el fragor del espacio público, enseñemos con nuestra voz y con nuestros actos cotidianos, y atrevámonos a la coherencia de asegurar que la dignidad de la vida no solo está escrita en un papel, sino que tiene que seguir resonando incontenible en el rumor diverso, alborotado y maravilloso del mundo.

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