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Doctor en Geología

El parque de Luarca, un recuerdo en color

Un repaso nostálgico al emplazamiento luarqués mientras se prepara una nueva reforma

Desde hace demasiados años, en el parque de Luarca no es posible percibir las estaciones, más allá de la estival, marcada por la llegada de las orquestas gallegas y asturianas para celebrar las mágicas verbenas timoteínas, y la invernal, excesivamente oscura y prolongada en esta villa.

Cuando en mi niñez cruzaba a diario el parque (camino de aquel colegio Ludus, adelantado a su tiempo) sí se olía el otoño, se sentía la lluvia y el frío invernales, se respiraba la explosión de la primavera y se alargaban las horas del día en esos nunca suficientemente largos veranos. Es cierto, eran otros tiempos, aquellos en que ni la jornada escolar de mañana y tarde, ni los deberes encargados por D. Leoncio, D.ª Teresa o "la Germana" suponían mayor trauma.

Tiempos pasados en los que el parque de Luarca era un parque en color, antagónico del anodino gris que protagoniza la actualidad. Entonces, el ocre otoñal daba paso al estallido de color de las luces del árbol de Navidad, que aquel viejo camión Barreiros del Ayuntamiento de Luarca colocaba a comienzos de diciembre en el jardín central; la primavera multiplicaba por sorpresa el color, con miles de flores que, no hace tanto, colmataban los jardines perimetrales y el céntrico parterre, desplazando a las innecesarias baldosas de hormigón; el sol estival realzaba aún más el color, ayudado si cabe por las labores anuales de repintado de bordillos, farolas, señales de tráfico y bancos multicolor.

En aquel tiempo el parque estaba repleto de niños sin teléfono móvil, que no necesitaban de suelos acolchados ni equipos de riesgos laborales para jugar; niños que tuvieron la suerte de probar los helados de aquel carrito de Kike y Armandina, símbolo también del esperado verano; niños que jugaban, incluso, a la pelota, con el único riesgo de la llegada de Laurido, el tan querido como eficaz guardia municipal.

Un buen día, hace ya unos treinta años, los rosales de rosas rojas, símbolo del aquel esplendor, fueron arrasados por la torpeza imperdonable de un alcalde; las siempre innecesarias baldosas de hormigón tiñeron de gris nuestro parque que, al igual que el resto de la villa, se tornó en blanco y negro. Quizá tengan razón los foráneos ahora cuando se empeñan en llamar "plaza" a nuestro parque, ignorantes ellos de que para los luarqueses el parque sigue estando ahí, aunque sea sólo sea en nuestra memoria. Ellos ven hormigón donde nosotros vemos hortensias y rosales, ellos descansan sobre bancos anodinos mientras que nosotros disfrutamos de nuestros bancos de mil colores, ellos no ven Navidad en el árbol que cada diciembre sigue colocando el viejo camión Barreiros del Ayuntamiento en el jardín central.

Quedan pocas fechas para decir adiós al horroroso parque actual y dar la bienvenida a algo, por ahora, incierto. Es cierto que nada bueno hace presagiar la llegada de un proyecto calificado de vanguardista; pocas esperanzas se pueden tener a tenor de las esperpénticas intervenciones urbanísticas sufridas en tiempos recientes (barandilla de El Pilarín, rehabilitación del Cine Goya, rehabilitación de la Fuente de El Bruxo, etc.). Será, seguramente, una plaza maravillosa en la mente de algún arquitecto, o al menos para su satisfacción; será, con toda probabilidad, un proyecto idóneo para cualquier villa o ciudad del mundo, pero dudo que tenga que ver con la esencia de nuestra villa. En Luarca sobran vanguardismos, acero inoxidable, baldosas de granito, bancos futuristas? En Luarca sobra urbanismo de manual y falta el paradójicamente escaso sentido común. Yo quiero un parque en que se respiren las estaciones, con jardines, con árbol de Navidad, en que los árboles lo sean de hoja caduca y donde rosales, hortensias y claveles protagonicen la vida de los 365 días luarqueses y no solo unos pocos días de feria de artesanía o de verbena.

El parque más bonito del mundo no necesita ser diseñado, existió y era en color.

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