¿Puede un niño de 5 años cambiar el mundo? Yo creo que sí... Llámenme ingenua, utópica o "atópica" pero si no creyera esto no sería maestra.

En el cole en el que trabajo desde hace seis años, el C. P. Jesús Álvarez Valdés de A Caridá, cole de mi pueblo, al que fui de pequeña, el curso pasado nos sumergimos en el proyecto de "La mochila de tu vida", que tenía como punto de partida el libro de Jesús Calleja "Si no te gusta tu vida: ¡cámbiala!". A lo largo de las páginas de este libro autobiográfico no hacen más que desprenderse mensajes de ecología, cuidado de la naturaleza, respeto hacia el medio y un sinfín de valores más que son la base del desarrollo integral de las personas. Pues de eso se trata, de "educar personas", de lograr que sean "los adultos del mañana" y que hagan de este mundo un lugar mejor.

De este trabajo surgió un proyecto precioso que trabajamos en infantil: S.O.S. ÁRTICO, en el que nos planteamos seriamente lo que podíamos hacer nosotros para lograr que el Ártico no se derrita... Así, mis pequeños comenzaron a idear diferentes planes y estrategias para parar el calentamiento global y frenar el cambio climático... Incluso nos atrevimos a versionar el "Bienvenidos" de Miguel Ríos dándole unos tintes ecologistas... El "Rock del Ártico" lo llamamos.

Desde entonces, esas ideas, esa necesidad de cambiar el mundo y mejorar las cosas ha ido calando en mis alumnos, tanto es así que después de un tiempo, y ya en este nuevo curso en el que estamos enrolados en nuevos proyectos y aventuras, uno de mis alumnos (de 5 años) me sorprende hace unos días diciéndome:

-Profe, tiene que ayudarme a escribir una carta.

-¿A quién?, pregunto intrigada.

-A los dueños de las fábricas, para que pongan unas tapitas en las chimeneas y transformen el humo en vapor de agua.

Podrá el lector de esta carta imaginarse la cara que se me quedó al oír esto... Lo primero que pensé fue: "científicos del mundo, ¿qué hacéis que no estáis inventando ya este artilugio para transformar humo en vapor de agua?". Y luego me dije: "cuánto puede enseñarle a algunos políticos un niño de cinco años". Al terminarla le pregunté qué quería que hiciéramos con ella... y él mismo fue el que tuvo la idea de enviarla a un periódico para que "esos señores de las fábricas" puedan leerla y "me hagan caso". Así que aquí la envío, con el fin de que el deseo de este pequeño genio se cumpla.

Cosas como ésta hacen que mi profesión valga la pena y que cada día me sienta más orgullosa de ser maestra.

Y desde aquí un mensaje para mi pequeño y para todos los niños del mundo: "Personas pequeñas, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas pueden cambiar el mundo".

Atentamente, una maestra con suerte.