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Psicóloga y logopeda

El narcisista y el dependiente afectivo

La elección de la pareja y la forma de entender las relaciones

En la persona de estructura psico-afectiva madura y estable, a la hora de decidir el ser amado con quien compartir su vida, confluyen dos componentes: algo de azar y un alto componente deliberativo. En este individuo se despertará el interés por compartir su vida con alguien a quien ha llegado a conocer e intimar bien a raíz de un encuentro azaroso, bien al compartir unas circunstancias concretas que les han permitido conocerse. La decisión de llegar a este compromiso de dar continuidad a la relación tiene lugar una vez ha deliberado su determinación, en razón de las expectativas de realización personal y de felicidad. En cambio, en el individuo dependiente afectivo la elección de la pareja se encuentra grandemente influida por el conflicto psico-afectivo, cuya raíz se halla bien en la relación atormentada de los padres, bien en no haber sido un hijo querido, bien en ambas circunstancias. Por ello, en el dependiente, no es la coincidencia azarosa o el haber compartido tiempo y espacio laboral u otra circunstancia dada, lo que le hace plantearse la continuidad en convivencia de pareja, sino que lo hace movido inconscientemente por la necesidad de proyectar el propio drama en otra persona. La elección la determinan los rasgos de personalidad de la pareja, aquellos rasgos que, precisamente, harán posible una relación de dependencia afectiva. Se trata, pues, de la respuesta al sentimiento de vacío personal, propio de quien bien no se ha sentido hijo querido, bien necesita reproducir la relación atormentada de sus padres.

¿Qué rasgos son los buscados en la pareja deseada y que atraen al dependiente afectivo? De quien no se ha sentido hijo querido o ha vivido la relación atormentada de los padres se apodera un hondo sentimiento de absurdo e insatisfacción, que sólo encuentra alivio en una huída hacia adelante, en este caso, dependiendo afectivamente de otra persona y mendigando su amor. El hecho es que esta relación no sólo no contribuye a la resolución del drama personal, sino que ahonda más si cabe en la insatisfacción personal y en el miedo siempre presente de ser abandonado y estar solo. Al sentimiento de vacío acompaña el de baja autoestima y ambos mueven inconscientemente a la idealización profesada a la pareja. En la idealización, el dependiente afectivo tiene una percepción deformada de la realidad personal de su pareja, incluso rayana en lo delirante, motivo de asombro y preocupación de familiares y amigos. Así, para que tenga lugar la transferencia en la pareja, en ésta debe darse un alto componente de vanidad y avidez de reconocimiento, lo que se manifiesta en un marcado sentimiento de superioridad y actitud despótica y desconsiderada, con quien le quiere. (Paradójicamente, estos rasgos corresponden al reverso de la misma moneda. A una mirada inexperta le sorprenderá descubrir que el origen de este modo de ser se halla en circunstancias vividas y similares a las del individuo dependiente afectivo).

El desprecio a sí mismo o pérdida de autoestima es la forma cómo el individuo interioriza la herida de hijo en su condición de no querido. Así, en la idealización de la persona amada deja ver el rostro de su dolor. En la idealización, el individuo dependiente proyecta aquellas cualidades, habilidades, capacidades o virtudes por las que, inconscientemente, piensa que, de ser poseedor de ellas, sería amado. Que ello es así, lo pone de manifiesto la identificación con el objeto amado que lleva a cabo el dependiente, como deja ver en la adopción de formas y maneras de la personalidad de la pareja. A esta idealización contribuye grandemente la autoestima narcisista de la persona amada: cuanto más elevado el sentimiento de superioridad en ésta, mayor dificultad en desanudar las ligaduras del dependiente.

La conducta narcisista del amado adquiere tintes siniestros. Es el caso que el narcisista es persona ávida de reconocimiento y veneración, actitud que espera de todos y, muy especialmente, de aquellos cuyo juicio él tiene en gran estima. Cuando es el caso que no encuentra la respuesta positiva de estas personas, a las que él tiene en gran consideración, y solo la recibe del dependiente, entonces descarga su frustración en éste, humillándolo hasta extremos inimaginables de denigración. El narcisista, en la intimidad de la relación sexual, es dado a "experiencias peculiares", ocasión para demostrar su superioridad y humillar al dependiente. Su conducta despótica con el dependiente tiene lugar, habitualmente, alejada de la mirada de terceros. Sin embargo, es propio del narcisista mostrar el rostro afable, "encanto superficial" y seductor no sólo con aquél de quien él espera la admiración y adoración, sino incluso con los familiares y amigos del dependiente. Esta circunstancia convierte en más siniestra si cabe la crueldad que guarda para su pareja: hasta que los familiares y amigos no descubren el verdadero rostro de éste, hasta entonces da lugar bien a que éstos no den crédito al sufrimiento por el que dice pasar el familiar o amigo, bien le hagan responsable de haber originado la situación que dice estar pasando. La máscara de "encanto superficial", fortaleza emocional e independencia encubre a un individuo vacío por carencia de afecto en su temprana infancia, distante por incapacidad para una relación auténtica, y arrogante por inseguro. Realmente, ¿qué le diferencia de su pareja dependiente? Como su pareja, es también dependiente. El rasgo diferenciador: su pareja es dependiente sólo de él, sólo de él espera ser amada y sólo para él desea ser importante; en cambio, en el narcisista, la dependencia lo es del entorno y su deseo es de ser admirado y venerado por todos. Si al dependiente se le pregunta si le gusta este tipo de personas, responderá con un "no". Pero el hecho es que éste es el tipo de personas por las que se siente atraído.

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