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Psicóloga y logopeda

Formas de educar

Sobre el uso del castigo y sus efectos en el niño

No todas las formas de educar consiguen que el joven interiorice o asimile plenamente las normas, tanto morales como convencionales. Cuando la forma de educar peca de autoritarismo paternal es fácil que la respuesta del joven sea bien de frontal rechazo o de rebeldía, bien de manifiesto cinismo. Se caracteriza esta acción educativa por el habitual uso del castigo. Este recurso reiterado en el proceso de formación del joven da lugar bien al rechazo agresivo, bien a cierto grado de ansiedad que favorece el autocontrol. Sin embargo, este autocontrol no significa que el individuo haya interiorizado el sistema moral y el conjunto de normas convencionales. En estos casos, se observa lo que puede llamarse "moral camaleónica", fenómeno que explica el elevado nivel de vigilancia del individuo para no ser sorprendido en su conducta no deseada. En ambos casos, rechazo frontal y ocultamiento de hábitos no deseados, dejan en cuestión la eficacia del autoritarismo y el castigo en el proceso de educar. Los estudios realizados con individuos de padres severos en la educación han puesto de manifiesto la confusión del niño, generada por la recurrencia en el castigo. La confusión es debida al hecho de que el niño sufre la triste y dolorosa situación de ser maltratado por sus padres, quienes, a su vez, encarnan el modelo de conducta que ha de seguir. Efectivamente, estas investigaciones han llegado a la conclusión de que en el joven agresivo hay la huella de unos padres hostiles. El grado mayor o menor de influencia que, en este orden de cosas, represente la hostilidad de los padres, va a estar determinada por la relación afectiva paterno-filial, así como por la mayor o menor presencia de los padres en la educación del joven.

Lo dicho hasta aquí no debe traer la conclusión de que el joven alcanzará la interiorización de las normas morales y convencionales; es precisa, como no podría ser de otra forma, la acción educativa de la disciplina moral a cargo de los padres. Observaciones al respecto señalan que una de las formas de proceder de los padres, en su acción educativa, es lo que el niño percibe como una retirada de afectos, cuando aquéllos reprueban su conducta moral y socialmente no deseada. El enfado por descontento de los padres genera ansiedad, lo que, según las observaciones realizadas, contribuye grandemente a la interiorización por parte del joven de las enseñanzas morales y de las formas convencionales, objetivo perseguido por ellos en su acción. Al parecer, es más fácil que los contenidos y hábitos morales sean interiorizados por el joven si en el proceso educativo se hacen intervenir "tendencias emocionales y motivacionales" que lo vinculan con los padres.

Y ello es así, porque es consustancial a la condición del ser humano, de un modo muy intenso en esta etapa de la vida, contar con la aprobación de sus seres queridos e importantes para él. Este obtener la aprobación de sus seres queridos es la expresión de la necesidad de afecto del niño, tendencia emocional que, a su vez, contribuye notablemente a la interiorización de los contenidos y hábitos morales. Cuando el vínculo afectivo es débil o no existe, el fenómeno observado es una intensidad de ansiedad baja. El retiro del amor de los padres conlleva un menor interés del joven en asimilar las normas morales y convencionales. La razón de ello es obvia: al ser pobre la relación afectiva paterno-filial o al no existir ésta, se observa en el joven que se comporta sin preocuparse de si sus padres aprobarán o no su conducta. La consecuencia de esta circunstancia personal reduce las posibilidades de una integración adecuada y plena del joven en el mundo de los adultos. El vínculo afectivo es de tal relevancia que, en la debilidad del vínculo o carencia del mismo, se halla el origen de la conducta delictiva posterior, como algunas investigaciones señalan.

En la formación de la concia moral del joven, el diálogo con él es de suma importancia. El diálogo se debe centrar en la dilucidación de los principios morales que se pretende inculcar, como son la correspondencia en el respeto y exigida para la convivencia humana y humanizada, la asunción del trabajo, del esfuerzo y superación, así como la veracidad, que hacen del individuo una persona de bien y de provecho para él y para los demás. Ayudarle a prever y valorar las consecuencias de sus actos, así como ayudarle a encontrar las razones que aconsejan seguir determinadas pautas de conductas guiadas, a su vez, por los criterios morales que se le pretende inculcar contribuye grandemente a la consecución del fin perseguido en el proceso de formación de la conciencia moral del joven. El diálogo continuo paterno-filial contribuye a la asimilación de los principios morales y, al mismo tiempo, a adquirir la facultad de discriminar lo ético y lo inmoral, el bien y el mal.

En este proceso de educación, en el que intervienen los aspectos fundamentales tales como el amor y el diálogo honesto con el hijo y la conducta coherente de los padres, la sanción ocupa un lugar relevante en la formación de la conciencia moral y que ayudará al joven a ser responsable de sus actos, controlando en él la transgresión moral y convencional.

La sanción no sólo debe ajustarse a la conducta que se pretende corregir, sino que debe ir acompañada de la explicación que dé razón de su aplicación. La concurrencia del componente afectivo paterno-filial, la sanción ajustada y el diálogo esclarecedor, contribuyen grandemente a la edificación de una conciencia moral consistente en sí misma. El diálogo centrado en la razón de lo indebido en su conducta y por qué ha de ser objeto de reprobación y la carga emocional, por pesadumbre al haber causado el descontento en los padres con su conducta indebida, ayudan a la educación del joven.

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