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Psicóloga y logopeda

La rebeldía contenida

Las razones de los estallidos de rabia de personas habitualmente dóciles y consideradas

A familiares y allegados sorprende que la persona querida, antes tan atenta, abnegada y considerada, ahora, en su estado depresivo, se comporte egoístamente, cegada de sus propios deseos. No alcanzan a comprender que el decálogo de las habilidades sociales haya dejado de guiarle la conducta. Es como si se hubiera derrumbado la Muralla de Jericó y, la rebeldía, allí contenida hasta este momento, ahora amenazara la apacible convivencia. El Yo oculto, tanto tiempo aherrojado en el presidio de Jericó, vuelve con rebeldía renovada a poner fin a la representación del "niño bueno", el "joven dócil" y el "adulto abnegado". Sus gestos son ahora reproches de una vida desdichada. Ahora, algo ha golpeado el desvencijado andamiaje psíquico de un Yo que, si bien débil, no ha dejado de anhelar ser siendo él mismo. Ahora, abierta la esclusa, una rabia ciega se ha desatado y zahiere a los cercanos sin reparar en consideraciones.

¿Por qué el odio con quienes más cerca están de él? Porque con ellos ha estado obligado a representar ser el Yo ideal, un Yo concebido a imagen y semejanza de lo que se espera de él y para doblegar la voluntad de su Yo real. Con todos quienes estén cerca es hosco y hostil, independientemente de que directa o indirectamente hayan sido cómplices de haberle modelado en su infelicidad, porque con todos se ve y se ha visto obligado a no ser lo que su voluntad pugna por ser, para acomodarse al que no es, pero sí se espera de él que sea.

Mucho ha sido el tiempo vivido a la sombra del miedo de no ser querido, primero por los padres, y después de no ser aprobado o aceptado por los demás. Así, esta quiebra en él, que representa el estado depresivo, ha desatado la rabia contenida: es la herida ahondada en la lid, habida en el alma, entre el Yo que es y se niega a renunciar a ser y el Yo de encorsetado ropaje que, obstinadamente, persevera en doblegar aquel, al real, y a su perseverancia en ser y hacerse según su propia voluntad. En esta lid, entre el Yo real en un extremo, y el idealizado en el otro, sorprenden y son incomprensibles para los suyos los episodios de rebeldía y de subsiguiente sosiego en el depresivo.

La escenificación de la relación antagónica del Yo inauténtico frente al Yo en rebeldía tiene lugar en las sesiones de psicoterapia. Esta circunstancia es la manifestación clara de que en el paciente hay un Yo al que se le han enmudecido "sus verdaderos sentimientos" y que necesita le sea insuflada la vitalidad necesaria para vencer el bloqueo emocional y, así, vivirse en su verdadero Yo. En la psicoterapia, invitando al paciente a desandar la propia vida, se busca que haga suya su auténtica biografía. Se pretende que ahonde en los secretos insondables de su bloqueo emocional, dé nombre a los rostros ocultos tras la mascarada del falso Yo, vea en la acción de las sombras chinescas de su alma la representación de su biografía personal y asista, en condición de espectador activo, al drama real de su sufrimiento. Es así como se lucha con los males del alma, los que hacen sumamente desdichada una vida. Se trata, pues, de "encontrar emocionalmente la verdad", de asimilar la biografía propia, la verdad personal.

Es significativo que los recuerdos traídos por el individuo no lleguen más atrás de la pubertad. Es el caso que aquellas vivencias tempranas encierran un universo de emociones. Entre ellas, las de mayor calado emocional, heridas habidas en el alma infantil y que han sido conducidas al exilio del olvido por el propio niño. Y no por reducidas al silencio, no por aherrojadas en el olvido, cesa el dolor; más bien, bajo el manto inconsciente, son el azud de la infelicidad. Una vez liberadas, traídas a la conciencia, permiten la comprensión del sinsentido vivido.

Así, en la consulta, como en cualquier otro escenario de la vida cotidiana, a la mirada experta es dado descubrir, en la exposición de la propia autobiografía del paciente y de la percepción de su propia realidad, el fallido fondeo en simas insondables, el relato de una vida en páginas impares, la alegría en acuarela, la negación de lo incontrovertible. Y es el hecho que a consulta del psicoterapeuta acude aquel quien, entrada la noche, la infelicidad le presenta su rostro más brumoso. Es, pues, la lid entre la ilusoria percepción de la propia realidad cotidiana y lo que realmente desea su alma, lo que le ha extenuado como naufrago sin coordenadas. ¿Qué ha sucedido?

La realidad que le han hecho creer que es y a la que debe orientar su ser no se corresponde con su querer ser. Movido por el miedo a no ser querido, a no estar con los otros, ya desde la infancia se esfuerza por asumir lo que los otros dicen ver para él. Pero, si, en su ser consigo mismo, llega a la osadía de retener para sí su realidad, entonces su vida se deslizará por una ondulada soledad sin puertas a las que llamar. Débil el alma infantil, en sentimiento de culpabilidad, aprende que ser con los otros solo se es siendo en horizonte foráneo. Consiguientemente, ha sido su amabilidad, el siempre decir 'sí' y su ser solícito con los otros, el sarcófago del Yo que se resiste a su acabamiento. El hecho es que sucumbe, cae en la peligrosa trampa de engañarse a sí mismo: acepta que solo existe una única realidad, la de los otros, y acaba por negar la suya por ilusoria. Como insecto que se debate en la trampa tejida de la araña, fatalmente asume el mundo que le han organizado sin importarle que este no sea el propio de su Yo, sin importarle que su felicidad de acuarela oculte el lienzo de la infelicidad.

¿Violencia psicológica? Desde una determinada posición, tan solo se trata de acomodación al interés concebido para él.

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