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Carta a Ignacio González, de Navelgas

En memoria de un benefactor del pueblo tinetense, creador de una fundación para la educación

Estimado Ignacio: he llegado a la vida con el suficiente retraso para no conocerte, y lo lamento. Tu ya te habías ido, pero no a Cuba, ya te habías ido de este valle de lágrimas, por lo que no llegaste a disfrutar de tu fundación; de esa fundación dotada de un capital producto de tu trabajo, como emigrante, en la perla del Caribe, y todo lo dejaste al pueblo, con el que soñabas, a tu pueblo, que, por fuerza mayor, habías tenido que abandonar, tal y como siguen haciendo hoy millones de emigrantes. Tu sueño era la educación en la comarca que habías tenido que abandonar y, para evitar que en el futuro se repitiese esta necesidad, dejaste la mayor parte del producto de tu trabajo -me consta que en contra de algunos de tus familiares- a la consecución de los fines de una fundación. No tenías hijos, y por ello adoptaste, lleno de ilusión, a los hijos de tu pueblo, de toda tu comarca, y a ellos les dejaste tu patrimonio en forma de colegio, regentado por la fundación del Santísimo Cristo, a cargo de los frailes dominicos.

Ignacio, te imagino, en tu Cuba de adopción, soñando con tu pueblo, e ignoro si tú, allá donde estés, has conocido mi frase preferida: "Asturias, desde fuera se sueña, dentro se padece", porque los seres humanos somos así y no tenemos solución. Desde que el mundo es mundo, una y otra vez vamos cometiendo los mismos errores y llevamos en nuestro interior el veneno del desagradecimiento, el desprecio, la envidia y el odio; por todo ello, yo, hace tiempo que quería pedirte perdón, al menos en la parte que me corresponde, por no haberte agradecido lo que has hecho por nosotros, por todos cuantos heredamos tu futuro; por no haber comprendido ni respetado tu esfuerzo. con el producto de tu trabajo, por tu pueblo; no se te ocurrió hacer la clásica casona de indianos, para relajarte en tu retiro, hiciste una fundación para la educación, con la construcción de un fantástico colegio y un capital para su desarrollo. Te pido perdón por no haber defendido el patrimonio que nos has donado.

Apenas hace cien años de tu fallecimiento, lo que quiere decir que se podía celebrar tu centenario en reconocimiento. Supongo que a ningún vecino se le ocurrió hacer una celebración en homenaje a uno de nuestros benefactores, y menos aún a los responsables municipales, pero no debes de tenerlo en cuenta porque la mayoría de ellos no tiene idea de quién eras ni de lo que has hecho por darle un futuro mejor a tu pueblo.

Ignacio González era un vecino de Navelgas que emigró a Cuba en aquellos años de necesidades apremiantes que nos obligaban a buscar un futuro mejor allende los mares, porque nuestra querida Europa, la de las colonias y los descubrimientos, no era capaz de salir de la miseria debido a la malversación de sus bienes (más o menos como está ocurriendo ahora). Ignacio trabaja duro para hacer un capital y ofrecerlo al lugar de sus raíces. En 1912 constituyó en La Habana una fundación benéfico-docente para la creación del Colegio Santísimo Sacramento de Navelgas que se construiría entre 1923 y 1928, bajo la dirección del arquitecto dominico Padre Celestino, abriendo sus puertas a la enseñanza hasta el 1936, en donde todos sus profesores, dominicos, incluyendo el Padre Celestino, directos de la obra y del colegio, fueron asesinados. Tras la Guerra Civil, abrió de nuevo sus puertas, bajo la dirección del Padre Manuel, pasando más tarde a manos de las monjas del Císter, que terminaron vendiéndolo al Ministerio de Educación y Ciencia para abrir en él la primera Escuela Hogar de España, saliendo de ella varios cursos con una gran preparación. Cerrado definitivamente, cayó en la más abyecta desidia: abandono de enseres, de estructuras y de entorno, dejando caerse las galerías, sin que a nadie de nosotros nos importara nada, ni la menor intención por su reposición o restauración. Y la administración... a recaudar impuestos y buscar votos para seguir manteniendo la farsa.

Estimado Ignacio, lamento no haberte conocido como vecino ejemplar que has sido, pero me alegro de que no puedas ver la desidia a la que hemos llegado. Por ello, en lo que a mi respecta, te pido perdón.

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