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Psicóloga y logopeda

La pregunta

El hombre y las reflexiones sobre su ser y estar en el mundo

Es muy posible que la pregunta más antigua, de las que se haya formulado el hombre, desde que ha tenido conciencia de sí mismo, haya sido acerca del valor y el significado de su ser y estar en el mundo, del valor y significado de su vida. Es cierto que no es una pregunta que deba estar presente en la conciencia de todos los hombres. Es más bien la pregunta que se formula el solitario, el hombre que ha sufrido una derrota. También es un hecho que la respuesta satisfactoria, para quien le aguijonea la pregunta, es lo que se le resiste. El asunto es éste: a quien sí se ha formulado la pregunta, una respuesta -la respuesta- le apremia. Y es lo apremiante, porque las encontradas en el camino se agotan en un tejido de raciocinios, sin ser las que aquieten su alma. Al respecto, la evidencia de los hechos es la que es: sea o no una criatura que se escapó de los brazos de su madre, bien de Eva veterotestamentaria, bien de la chimpancé darwiniana; sea que descubra planetas o satélites habitables o no, lo relevante es que procedencia y conocimientos es materia baladí. Y es baladí, porque la pregunta que le aguijonea su alma, por instante, le acerca al suicidio. Empero, es el caso que la literatura clínica hace referencia a una elevada incidencia de personas que acuden a consulta, porque la apercepción del sinsentido ha ensombrecido sus pensamientos y a quienes, por este ensombrecerse sus días y noches también, les apremia dar con la repuesta.

¿Lo evidente? El individuo se halla inmerso en un universo de significados. Nada de lo que le rodea le deja indiferente. Cada dato presente en el universo personal está dotado de significado, el otorgado en razón de la relevancia que adquiera en su vivir. Si el individuo sólo se ciñera al dato puro, carente de interpretación, significado y valoración, convertiría su vida en una vida "insignificante". El hecho es innegable: cada individuo vive su vida guiado de la interpretación y valoración que hace de sí mismo, de los otros y de la realidad que le rodea. Efectivamente, no hay persona que no dote de significado a su estar aquí en el mundo. Y hasta tal extremo es así que, aún sin haberla formulado consciente y explícitamente para sí misma, no escapa que sus acciones son la respuesta a la pregunta por el significado de la vida; hasta tal extremo es así que su actitud, convicciones abrazadas, esperanzas y temores, están conformados por el significado que ha conferido a su propia realidad y a la que le rodea. Es lo que se entiende como cosmovisión o filosofía personal que, sin ella, el individuo se sentiría hombre perdido.

Independientemente de que se haya caído o no en la cuenta, de cuál sea el calado de ese caer en la cuenta, de cuál sea el significado de la vida, en toda persona hay un saberse siendo en este mundo concreto, de aquí y ahora. En este mundo, al que se ha sido arrojado sin haberse tenido en cuenta la propia determinación, el individuo se enfrenta al imperativo natural de sobrevivir, amasando el pan que le alimenta, tejiendo la ropa que le abriga y levantado piedra sobre piedra de la casa que le cobija. Es así que el individuo tiene la necesidad de adquirir la instrucción y habilidades adecuadas para incorporarse al mundo de la división del trabajo, un mundo en el que se ve impelido a la asociación con otros y, consiguientemente, a ser con otros.

Hay otro ámbito, al que ha de dar una respuesta: es el propiamente social o político. La necesidad del individuo de sobrevivir en el mundo le lleva inevitablemente al encuentro con otros. Cierto que éste es un vínculo de mero socio en la necesidad y determinado por la condición propia del individuo humano como el ser más desvalido de la naturaleza. Es su naturaleza limitada la que le abre a la dimensión social; es, por el hecho de ser el animal más desvalido, lo que hace de él un ser dependiente, primero de sus padres y cuidadores durante una parte bastante significativa de la vida y, posteriormente, de socios en la supervivencia. Es, por consiguiente, el ámbito donde el individuo adquiere la conciencia de compromiso social, de justicia y el sentimiento de solidaridad.

El tercer ámbito es aquél en el que quedan subsumidos los otros dos en un mismo significado, en un mismo sentido: es el propio de la relación real con el otro. En razón del mayor o menor ahondamiento en la relación, así el sentimiento de ser siendo en la vida o de forastero en ella. Es el ámbito propio de la diferencia de los sexos y, con él, del emerger de los afectos, del amor, el de trascenderse en la soledad compartida con otro yo, unidos en una sola carne, en una unidad de sentido. Lo propio de este orden de cosas es que ningún ser escapa a la asunción del problema que éste le plantea: el acomodarse al hecho de vivir entre dos sexos, al hecho de que, en la vida amorosa, el individuo se descubre humanamente humano.

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