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De chigrología en Tapia

Un breve repaso a la vieja hostelería tapiega

A Juanín el del Mesón

y a José M. Roque, siempre a

uno y otro lado de la barra.

Hubo un tiempo de tabernas con mesas y bancadas de madera, donde el chigrero apuntaba con tiza el precio de las consumiciones de la clientela. Un tiempo donde el humo se masticaba en el aire, sin más decibelios que los de la voz y la palabra. Sin futbolerías, ni más discusiones que, las propias de la partida de naipes o del dominó, copa de sol y sombra por medio, claro.

En el corazón del puerto, y desde 1936 el Bar Cantábrico: "Para tomar buen café, en casa de Bernabé", se anunciaba en la prensa. Ambiente de tropa marinera y de partidas interminables. Aquí Pepe "de Galea" y Manolo "da Fonte", ¡qué dos!, hacían de las suyas. A finales de la década de 1960 pasó a manos de Antón Cotarelo, qué profesional hostelero de altura, pronto perdió sus apellidos para ser Antón "El del Cantábrico". En su última etapa desde 1990 aproximadamente, el bar quedó bien atendido por su hijo Rubén, que futbolero empedernido, lo tiño de "culé". Nadie es perfecto.

En un ala del Salón Edén (abierto en 1927), estuvo desde principio de la década de 1940, el Bar Edén, primero a cargo de "Milín El viejo" y años más tarde, de Antón "de la Cueva", soliendo estar frecuentado por tertulias de un cierto aire cultural. Los días de baile, se decía, hacía "buenas mareas". Y todo, fundamentalmente, a base de chiquitos de vino blanco, ponche español o coñac.

Todo valía con tal de encontrar la diversión y el jolgorio. A veces por estos años, poco antes de la cena, alguna pandilla de marineros daba con sus posaderas, nunca mejor dicho, en El Pouso del muelle, donde después de úos vasíus en La Marina (abierta, no obstante desde 1923) comenzaban los cantarinos: "Tatuaje", "Debaxo da fonte lava úa nena", "Bésame mucho", o "Paso el río, paso el puente", eran algunas de las más habituales cancioninas. Como coristas, un bien pertrechado grupo de tapiegos, Serapio, Marcelino y Sotero "de Xica", Polo, Pichón "del Taramexo", Jesús y su hermano Casimiro, Bastián, "Pachilán", José Antonio "El Muriego", Ernesto y Balbino "de Carola", Paco "del Milano", "Malén" y sus hermanos Fernando y Ataúlfo.

En la carretera general la Casa de Comidas Bobis, se abrió en 1945 por la familia tapiega del mismo apellido y regentada por Pepe y Marcelino. Muy pronto fue, además, la parada oficial de los autobuses Alsa y donde llegaban también, en carcasas de aluminio, las películas que se proyectaban en el Salón Edén.

Desde 1946 el local de una antigua fábrica de sifones adquirió el nombre de La Terraza al ser comprado por Ramón "de Papión", quien lo transformó en bar. Este espacio fue destinado a baile y en él debutó la famosa y tapiega Orquesta Allegro. Ya en la modernidad y como sidrería, recordamos su máquina de discos en los que la mocedad elegía su música favorita por 5 pesetas. Bien visible desde entonces y hasta hoy, un gran cuadro reproduce las imágenes de dos empresarios, uno bien escuálido con este mensaje: "Yo vendí a crédito". Mientras otro, bien gordo y "repanchingado" en su silla, con este lema: "Yo vendí al contado". La figal del patio interior es el símbolo que concita a su legión clientelar, sobre todo en verano.

Para otra generación de tapiegos entre tanto y a finales de la década de 1950, todo servía, igualmente, con tal de que la alegría pudiera sortear la necesidad de los tiempos. La clientela del Bar La Cueva tenía en su dueña Concesa la opción de acompañar con una tapa de callos, los vasinos correspondientes. Como parroquianos en este caso, otra vez, qué raro, Pepe "de Galea", mi abuelo Manolo "da Fonte", Timí, y Pepe "da Fábrica". ¡Vaya panda!

" ? Achican tangartes de vino blanco. Se van caldeando los ánimos y Pepe "de Galea" toma la guitarra y marca el contrapunto, se inician los compases de una habanera ?. Y así, entre chiquito y canción, va transcurriendo la velada hasta que el carillón del reloj del Ayuntamiento, lentas y pausadas, toca diez campanadas ? avisando de que es la hora de retirarse (?) Antón, pon outros chiquitos, que ahí fora sopla de carallo ...". (Nos cuenta Tino de Don Valentín).

También en 1950, el Café moderno ahora en manos de José Alonso (abierto inicialmente en 1926) fue lugar de encuentro de la muy aparente tropa de veraneantas madrileñas y ovetenses, tantas veces con apellidos compuestos a sus espaldas, casi no podían con ellos, con tan grandes apellidos, me refiero. Aquí en El Moderno el comandante Alonso, de impecable y blanco habanero, marcaba la diferencia. Del resto, ya se encargaban sus elegantes camareros de smoking y pajarita.

A la entrada de Tapia, o a la salida, como dice el cantar carbayón, El Maipú, un chigre de solera, donde Castorín hacía malabarismos cuchillo en mano, para cortar el pan con el que acompañar un jamón exquisito. Sin lista de precios o libro de reclamaciones, ni falta que hacía, una tapa de jamón hoy podía costar 40 pesetas, y mañana 60. A su manera, era como el precio del oro, fluctuante con el día. Eso sí, convenía no estresar al chigrero, en cuyo caso nos espetaba sin recato alguno, aquello de: " ?¡¡ No apurar al obrero, no apurar al obrero ?!!". Una tarde de antaño un mozo tapiego le preguntó a Castorín, por qué el nombre de Maipú. " ¿Maipú, Maipú?. ¡Ah neno!, la misma palabra lo dice, maricones y putas".

Y frente al "Maipú", La Volta (1950-1972), regentado por Aida Ceide Sánchez y su esposo Ramón García Barrios "El Pispante". Un bar-pista de baile que aprovechaba el precioso jardín situado en la parte posterior del propio establecimiento. Este espacio gozó de una gran aceptación entre la juventud tapiega y veraneantes de la época. Celebró grandes bailes con tocadiscos, música de vinilo y recovecos que, cuando anochecía estaban "petaos". En la corteza de sus árboles algunas parejas dejaron sus nombres entre corazones partidos por una flecha. A veces, los mozos de Serantes llegaban a La Volta sólo para fastidiar. Compraban una caja de sidra y la escanciaban chiscando a los veraneantes para que éstos no ligaran demasiado.

Más tarde, en 1972 y hasta principio de la década de 1980, "El Mesón del Puerto", con Juanín Villamil de genio y figura. Aquí bastaba un pantalón negro y camisa blanca, no era poco. Un galpón al pie del muelle convertido en gran establecimiento de aire marinero. Proveniente del vecino concejo del Franco, a Juan le faltaba tiempo para presumir de ello. Enraizó, no obstante, en Tapia, donde chigrero y filósofo de barra, dejó buen seminario en sus hijos para continuar la partida. Juan apuraba las últimas horas de la noche para visitar al resto de la comparsa hostelera tapiega, e invitar a tirios y troyanos sin distinción ni tacañería: " una ronda para todos ?". Muchas gracias por todo, querido amigo.

Como parada obligatoria del recorrido hostelero de la época, antes o después de la noches del Edén, El Rincón del Pescador, bar porteño regentado por Josemari "El Súcaro" (de 1978 a 1988). Aquí, fueron sonadas sus carnavaladas personales, ora haciendo de Lola Flores, ora de Norma Duval. El escenario ideal para que Adauto "de Bernabelín", y la langreana Lola Granda fueran las estrellas de aquellas noches de bolero y guitarreo, con llenazos hasta la bandera. También, con los tangos en la voz abaritonada de Wima Artamendi, y las zambas chalchaleras a dúo con Félix "da Fonte". ¡Adeeeentro!

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