Hombres y máquinas trabajan a buen ritmo en la salida de Cornellana hacia Salas en la construcción de la rotonda, que es una obra conseguida por el pueblo soberano con manifestaciones, firmas, escritos, comunicados y una rápida y eficaz gestión canalizadora de gestos e intenciones de los ciudadanos del concejo por parte de la corporación municipal salense. La movilización vecinal, sin más banderas que las de la lógica y la razón, evitó un desaguisado, que sería el entroncar, sin más, la nueva autovía con la vieja carretera general, como se iba a hacer simplemente para ahorrar unos euros.

Hay que reconocer que el Ministerio de la cosa esa de carreteras ha actuado con celeridad, puesto que hace tan solo unas semanas que se publicaban en este periódico las actas de expropiación de los terrenos necesarios para construir la rotonda, y ahora mismo los hombres y las máquinas han dado un vuelco total a ese escenario de la protesta unánime de los salenses ante el desaguisado que se venía encima. Y queda demostrado, una vez más, que el pueblo unido, pues eso, consigue lo que se propone si va con la razón y la justicia por delante.

Cuando la rotonda esté terminada y se abra ya al tráfico el viaducto sobre el Narcea, Cornellana quedará liberada del problema existente de siempre de tener que soportar el paso de camiones de gran tonelaje por su calle principal, que es la carretera general, camino de Occidente o en dirección a la Asturias central. Pero eso, me temo, supondrá que en Cornellana tendrán que activar todos los resortes posibles para que la corriente turística no pase de largo y el pueblo pierda su potencial económico y muy especialmente el de la hostelería. La pesca y el monasterio son, entre otros, atractivos que el viajero inteligente y curioso no dejará atrás. También habrá que parar para echar gasolina.

Las obras de la rotonda de Cornellana se creía, en principio, que iban a causar largas colas de vehículos, al ser obligada la instalación de semáforos para dar paso alternativo, pero la parada no pasa de los cinco minutos, que son muy llevaderos si se piensa que esa pequeña molestia supondrá, muy pronto, un enlace decente entre la nueva autovía y la vieja carretera, y ahora lo que se pide es que a esta tercermundista vía de la Puerta del Occidente lleguen los hombres y las máquinas para deshacer el entuerto que dejó hace ya diez años Manoliño el de Arousa, ahora tan feliz en Bruselas. Algún día habrá que hacerle un homenaje que bien podría ser en La Espina, donde se le recuerda mucho.